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Mongofre

Desde muy temprano el nombre de Mahón alcanzó en mi cerebro la categoría de referencia mitológica. Mi padre había vivido en esa ciudad año y medio, que era la mitad de su servicio militar, y junto al otro año y medio que había pasado en Barcelona conformaba uno de los episodios más significativos de su vida. El puerto de Mahón y La Mola, que es la parte más genital de la isla de Menorca, habían sido escenario de intensos acontecimientos personales que mi padre narraba y mi imaginación sobrealimentaba y revestía con una topografía propia de Stevenson. Muchos años después, un reportaje sobre la vida del mecenas Fernando Rubió Tudurí me llevó hasta la médula de ese mito, y lejos de aplacar mi ansiedad en el interior de mi cabeza se alzó otro mito con el nombre de Mongofre. Llegué una noche al aeropuerto con la desazón de perderme la llegada en barco por un puerto que mi padre tantas veces me había descrito al microscopio. Apenas amaneció fui casi corriendo en busca de ese puerto natural para saldar una deuda con mi niñez y constatar que ése era el lugar más puro del mundo porque estaba inmaculado en mi memoria. Luego, a través de la Kane's Road, me dirigí hasta Mongofre, una finca de 180 hectáreas que el industrial farmacéutico Rubió Tudurí había convertido en su guarida hasta morir dos meses antes de mi visita. Alumno del prestigioso profesor Albert Calmette en el Instituto Pasteur de París, Rubió había fundado los Laboratorios Andrómaco en 1924, logrando un extraordinario éxito comercial con el reconstituyente Glefina, y había movido toda su influencia para que la isla fuese declarada reserva de la biosfera. Nada más entrar en ese útero plagado de aves migratorias y cepillado con la espiritualidad de la tramuntana intuí que el paraíso estaba allí. Al divisar la casa a lo lejos, con las paredes y el suelo enlucidos con cal refulgiendo bajo el sol, recibí un fogonazo limpio y tuve la sensación de penetrar en un valle psíquico de una pureza imposible, pero el día que supe que el pareo de Ana Botella podía ondear como la bandera oficial de Mongofre y que este paraíso corría el riesgo de ser un arsenal lleno de pajarracos, crujió algo dentro de mi memoria.

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