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Columna
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Acuerdo

Regresó la política. Un puñetazo sobre la mesa de Joan Ignasi Pla sirvió para que los populares dejaran de hacer el ridículo con el escamoteo infantil de los adjuntos al Síndic de Greuges y propició la negociación con Eduardo Zaplana que ha culminado en la constitución de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. El presidente de la Generalitat sacó ese instinto que parecía anestesiado en la rutina de una gestión mediocre, aunque muy publicitada, y capitalizó la inversión que hace tres años hizo junto a Joan Romero en un asunto, ¡éste sí!, de calado para la sociedad. Ya hay Acadèmia, es decir, una institución normativa que aleja de la instrumentalización política los aspectos técnicos de la lengua para que la política se centre precisamente en la promoción del uso social del valenciano, compromiso recogido en un pacto que los socialistas han hecho firmar al PP. Una sensación de vértigo se apoderó de algunos en el tramo final de la negociación (dos líderes políticos a punto de llegar a un acuerdo de ese calibre son como un tren en marcha donde uno se sube o no se sube, pero al que es suicida tratar de modificar el rumbo), un sentimiento amargo de derrota empapa los sustratos profundos del anticatalanismo (como no podía ser de otra manera) y una incomodidad simplista irrita a algunos de los progres más conservadores (que han de forzar su pereza mental para complicar los esquemas en el sobado juego de los amigos y los enemigos). Esas cosas ocurren siempre que se produce un hecho político de transcedencia. Y la Acadèmia lo es. No porque vaya a funcionar como el talismán milagroso de nada, sino porque modifica cualitativamente los términos del debate civil. La acogida que han dado al acontecimiento los partidos, las fuerzas sociales, las instituciones y los medios de comunicación (con la excepción de los dos periódicos de Alicante, que no consideraron digna la noticia de una mínima llamada en sus primeras páginas) denota su importancia. Sobre los miembros de la institución elegidos el viernes en las Cortes, cada uno tendrá sus legítimas opiniones. A un servidor le bastaba que Don Pere Maria Orts aceptara formar parte de ella, a propuesta del PP y con la aquiescencia del PSPV, para saber que la maniobra no era una encerrona.

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