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Columna
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Las Ventas

La feria de San Isidro, instituida en honor -eso dicen para justificar la vaina- del santo patrón de Madrid, cuya festividad hoy se celebra, está en marcha en la plaza de toros Monumental de Las Ventas. Desde su comienzo acá, 18 toros habrán muerto a estoque y 18.000 escritores auténticos o simulados, columnistas, tertulianos, pensadores ilustrados, muñidores de la opinión, mequetrefes que por medrar se apuntan a un bombardeo, ilustrados o ágrafos (qué más da) se habrán pronunciado contra la fiesta cruel y quienes gustan de ella. Todos los años igual...

Todos los años igual por estas fechas y así desde que se instituyó hace ya medio siglo largo la feria taurina de Madrid que honra por mayo -eso dicen- a su santo patrón, envidia de muchos madrileños pues no daba ni golpe (el trabajo se lo hacían los bueyes) y encima lo subieron a los altares.

'Fiesta cruel representativa de la España negra...', se suele proferir, poco más o menos. La asendereada fiesta constituye percha idónea para desparramar epítetos tremendistas y quedar como dios. Ahora bien, la oposición a la fiesta de los toros no viene de ahora sino de sus orígenes. En cuanto un hombre midió su valor con un toro, ya lo estaban poniendo de vuelta y media.

La Iglesia abrió la veda. Primero fue por la herejía que significaba arriesgar inútilmente la vida. Luego por la pasión y la procacidad con la que las gentes seguían las peripecias de la lidia. Entonces no existía el tendido 7 pero por ahí debía ir la cosa. Papa hubo que condenó a excomunión a quienes participaran en el espectáculo, y otro Papa la levantó no se sabe si por sentido común o porque gran cantidad de españoles, puestos a elegir entre permanecer en el seno de la Iglesia o ir a los toros, preferían ir a los toros, y ésa era una alarmante pérdida de clientela.

Desde los orígenes hasta la fecha ya ha llovido. Tres siglos o así y lo que te rondaré. Tres siglos en cuyo transcurso se ha producido una radical evolución de la sociedad civil; la revolución industrial, entre otras de azaroso signo; revisiones ideológicas y culturales; sofisticadas elucubraciones del pensamiento; guerras y paces, dictaduras y democracias... Y el planeta de los toros ahí sigue, satélite del planeta Tierra, tan pimpante.

Distinto es que el propio planeta de los toros el día menos pensado pegue un estallido. Sucederá en cuanto se les vaya la mano a quienes lo conducen, ofuscados por su codicia y su incompetencia. Hay una autoridad política a la que las leyes asignan una función arbitral y vigilante para que no se produzcan desmanes, pero se hace la sueca. Y la fiesta de los toros tiene en la Comunidad madrileña (como en todas, por cierto) el destino que les interesa a quienes han entrado a saco en ella.

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A los dirigentes del Gobierno regional lo que les preocupa no es que se afeiten los toros (si los afeitan) o que una mano negra merme sus fuerzas y modifique su comportamiento (si los drogan, dicho en plata) o que haya propuestas de sanción por éstos y otros fraudes (si se cursaron) o que las estafas al público (si se producen) queden impunes. A los dirigentes del Gobierno regional lo que les preocupa es el viento. Y destina 8,5 millones de pesetas a estudiar qué se puede hacer para impedir que haya viento en la plaza de Las Ventas.

La iniciativa resulta inquietante: si sólo pensar el remedio vale 8,5 millones de pesetas, ejecutarlo probablemente alcance una cifra fabulosa. Pero qué importa: es dinero público, obtenido del bolsillo de los ciudadanos.

Las propuestas de solución llegarán al finalizar los estudios -es natural- aunque algunos conocedores de los entresijos administrativos y taurinos vaticinan ya cuál va a ser la que tendrá el apoyo mayoritario de los presuntos expertos: cubrir la plaza. Con plaza cubierta, obviamente, no entran ni el viento ni la lluvia. Y, claro, tampoco el sol. Lo cual no se crea que es inconveniente; antes al contrario. Cierto que techar el coso perjudicaría a los aficionados madrileños, a quienes se privaría de la luz natural, el sol, respirar aire limpio durante la intensa temporada, que se desarrolla ininterrumpidamente a lo largo de la primavera, el verano y el otoño. Pero con la plaza cubierta y sin sol dentro, todas las localidades serían de sombra, y tendrían precio de sombra, y para la empresa arrendataria sería un pingüe negocio. Y a los aficionados, que les vayan dando.

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