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A PIE DE OBRA
Columna
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Judy & Kate

Marcos Ordóñez

1. Oh oh Judy. El mes pasado se cumplieron 40 años de una de las cimas indiscutibles en la historia de la música popular: el concierto de Judy Garland en el Carnegie Hall. De acuerdo: Sinatra y Billie Holiday fueron los reyes del universo, pero Judy fue la emperatriz de un territorio emocional único, sacudido por más tornados que el reino de Oz. Todas las intervenciones (magistrales) de Judy en televisión pueden encontrarse ahora en DVD, pero su obra maestra en concierto, Judy at Carnegie Hall, había desaparecido de la circulación. Capitol Records editó el recital del 23 de abril de 1961 en un doble álbum (cinco Grammys y 95 semanas en lo alto de los hit-parades) por el que hoy se pagan fortunas, un hito similar a Sinatra at the Sands o Lady in Satin. No era, sin embargo, el recital completo: se perdieron algunas cintas, como la de su versión de Alone together, y la Capitol utilizó un take de estudio añadiendo falsos aplausos. En 1989, el doble disco, digitalmente remasterizado pero todavía con defectos de sonido en las mezclas, se recuperó en un doble CD, que también se esfumó del mercado en un par de años. Por eso cabe hablar de acontecimiento ante la nueva edición del 40º aniversario en un solo CD, con los 26 temas originales, nuevo y esplendoroso sonido, la versión recuperada de Alone together y los pasajes instrumentales completos de la gran orquesta de Mort Lindsey: en total, 2 horas y 20 minutos de maravilla.

Judy at Carnegie Hall es una antología fundamental de lo mejor de la música popular norteamericana, de Gerswhin a Harold Arlen, pero también es mucho más que eso: una lección de teatro. La mejor interpretación de Judy Garland, la más completa de toda su carrera, superior a Meet me in St. Louis o Ha nacido una estrella. Su concierto en el Carnegie Hall es el triunfo del polifacetismo total, de la máxima pureza en el completo dominio de sus facultades. Su último gran momento antes de la caída, antes de que la droga y la locura acabaran con ella. A menudo encontramos una mayor intensidad artística en una canción popular de tres minutos que en una gran ópera, del mismo modo que a David Lynch le basta la breve conversación entre dos veteranos en el bar de The Straight Story para instalarnos en el caos y el horror de la guerra con una contundencia emocional que no superan las cuatro horas de la oscarizadísima Salvar al soldado Ryan por mucha casquería que le eche al guiso. Judy at Carnegie Hall enseña mucho más acerca de los matices en la expresión de las emociones que todos los manuales posibles de técnica actoral. El director Douglas McGrath, en un artículo reciente del New York Times, decía que escuchando a Judy cantar Do it again le daría en el acto el papel de Laura en El zoo de cristal, y que su versión de Stormy weather hace de ella la mejor Blanche Dubois imaginable. Hay muchas Judy, muchas mujeres en este recital. Su paleta es inmensa: romántica, nostálgica, ardiente, anhelante, desesperada, o alegre y llena de vida. Y pasa de una a otra en un vuelo, como en caleidoscopio. Produce un cierto vértigo verla saltar del dolor de The man that got away al anticipado júbilo de San Francisco con apenas unos segundos de diferencia.

Sinatra y Billie Holiday triunfaron porque supieron reconvertir los estándares de su época en fragmentos de su vida íntima. Judy Garland va un paso más allá y, apoyada en su talento de actriz, se transforma en una mujer distinta a cada canción, canciones que convierte en monólogos musicales. Incluso cuando aborda piezas de menor calado como, precisamente, San Francisco. Abriendo la puerta a Julie London, a Patti Lupone, a Barbra, a K. D. Lang, o al crooner Tony Bennett. Escuchen su interpretación de San Francisco. Habitualmente, esta canción no va más allá de lo turístico, de la postal-pastel. Judy, en cambio, no canta a la ciudad, sino que nos hace ver al hombre que la espera allí, el hombre al que ella ama más que a nada en el mundo, the man that got away. Alfredo de Jesús, que acaba de inaugurar el sello GDA con la reedición del inencontrable Carmen Cavallaro plays Eddy Duchin, un clásico de la lounge music, haría bien en recuperar Judy at Carnegie para sus muchos adoradores.

2. El beso de Kate. Cuando yo tenía 20 años, un estudiante de teatro se hubiera dejado cortar una mano antes de proponer Kiss me Kate, el musical de Cole Porter, como taller de fin de curso. En el flamante Estudio del no menos flamante Institut del Teatre acaban de hacerlo Xavier Torras (dirección musical) y Silvia Sanfeliu (adaptación y dirección). Una versión modesta pero apasionada del clásico, con una orquesta (ocho instrumentistas) del Taller de Músics, que denota -y eso es lo más importante- un cambio en los gustos de la nueva generación de cómicos de nuestra ciudad, y un estreno en Cataluña: que yo sepa, Kiss me Kate sólo se vio en Madrid (Bésame, Catalina), en la década de 1960, con Marujita Díaz, dirigida por José Tamayo. Hace falta valor para atreverse con Kiss me Kate, y aunque la versión del Institut tiene sus carencias revela una notable adaptación de las letras (gentileza de Sanfeliu & David Pintó) y tres interpretaciones destacables: la de Pau Miró, la de Marta Corral y una confirmación vocal, la de Mercè Martínez, actualmente en el Apolo, en el reprise de T'estimo, ets perfecte. Y la primera semana de junio, otra cita para los amantes del género: el taller de Company que monta Joan Abellán tras el buen recuerdo de su Marry me a Little (Cors trencats) la anterior temporada.

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