Grigoróvich regresa al Bolshói con 'El lago de los cisnes' sin censura
Yuri Grigoróvich, el coreógrafo que con mano de hierro dirigió el Bolshói durante tres largas décadas y que fue destituido hace seis años en medio de huelgas y escándalos, ha regresado con pompa al que fuera el principal teatro de ópera y ballet de la época soviética.
Grigórovich, de 74 años, ha vuelto con una obra significativa, que en su tiempo fue la tarjeta de visita del Bolshói: El lago de los cisnes. Su puesta en escena de ese ballet de Piotr Chaikovski, en 1969, se convirtió con los años en un auténtico clásico del Bolshói, aunque la versión que el público ruso y extranjero vio durante 30 años no era la que Grigoróvich presentó a las autoridades rusas. En la versión original del maestro no había final feliz. Odetta al final moría; el Príncipe se desilusionaba del ideal y lo traicionaba. Pero en la época soviética era inadmisible la desilusión en el ideal, y en el ensayo general de 1969, que era en realidad un examen ante las autoridades políticas, así se lo dijeron a Grigoróvich. Fue Yekaterina Fúrtseva -la ministra de Cultura y secretaria del Comité Central del PCUS, única mujer que logró ser miembro del órgano máximo de la URSS: el todopoderoso Politburó- la encargada de prohibir la versión y exigir a Grigoróvich que la cambiara. Seis meses se demoró el coreógrafo en hacer el final feliz por todos conocido. El incidente, conocido sólo por los iniciados, no impidió que El lago de los cisnes se convirtiera en símbolo del Bolshói.
El cambio del final de El lago de los cisnes no fue la única concesión al poder; siguieron otras, y se empezó a hablar de que a Grigoróvich lo habían quebrado. El coreógrafo comenzó a abusar del alcohol y puso en escena obras en las que ensalzaba el poder fuerte (Iván el Terrible) o cantaba la felicidad del hombre soviético (Angará; El siglo de oro). En los últimos años al frente del Bolshói ya no ponía obras nuevas y todos creían que con su destitución desaparecería como coreógrafo. Pero no fue así.
La muerte de Odetta
La nueva puesta en escena de El lago de los cisnes tiene dos actos, y cada uno de ellos, dos cuadros: el mundo real y el de los sueños. Ahora el Genio del Mal (Rotbart) se convierte en el Destino del Príncipe, quien cede ante la tentación y traiciona al ideal: Odetta muere. Como explica Grigoróvich, no muere el cisne, sino el sueño romántico de Sigfrido.
El estreno de El lago de los cisnes coincidió con los festejos del 70º aniversario de Mijaíl Gorbachov. Su recuperación era algo esperado. Ella se explica no sólo por la desastrosa versión de Vladímir Vasíliev, sino también porque Guennadi Rozhdéstvenski, quien reemplazó el año pasado a este último a la cabeza del Bolshói, antaño fue un cercano colaborador de Grigoróvich: dirigía la orquesta del teatro cuando el coreógrafo estaba en su cénit. Rozhdéstvenski y sus correligionarios están convencidos de que restableciendo el repertorio de Grigoróvich contribuyen al renacimiento del ballet nacional y a que el Bolshói recupere su papel de primer teatro del país.
Babelia
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