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'Han vuelto esas tensiones que tanto gustan a los políticos'

John le Carré llegó ayer a Berlín con tijeras, tiza y metro al cuello para diseñar un traje al panorama mundial. El novelista, espía, soñador y ahora guionista y productor ejecutivo de El sastre de Panamá, película basada en una de sus últimas novelas, repasó en la ciudad símbolo de la guerra fría esa época que él ha conocido tan a fondo, el mundo de la globalización. 'No soy un profeta pero no me queda más remedio que ser pesimista ante la situación actual. Han vuelto esas tensiones que tanto gustan y tanto juego dan a los políticos pero que tan poco nos sirven a nosotros, los ciudadanos', aseguró en un encuentro con cuatro periodistas en la capital alemana.

'Tengo razones para ver las cosas negras: han reaparecido esos padrinos que han llevado al Gobierno de Estados Unidos a George W. Bush y con él ya se habla de limitar el aborto, reanudar la guerra de las galaxias, favorecer el antagonismo y el enfrentamiento con otros países o el intervencionismo en América Latina sin que esté justificado nada más que por la lucha contra el narcotráfico', asegura tranquilamente, como fiel notario de lo que ve, sin ansia de parecer un iluminado que amenaza. Y teme especialmente por la situación en Oriente Próximo: 'Las fuerzas más intolerantes ganan poder en todos los campos. Siento decirlo, pero no veo un futuro claro en esa región sin que estalle una guerra'.

'Creo que nací para entretener a otra gente y hacer que se plantee cosas, porque no hay forma de divertirse si no es pensando'

Lo dice sentado en la habitación de un hotel lujoso del Berlín oriental, ciudad en la que trabajó como espía en los años sesenta, cuando se le conocía por su nombre, David Cornwell. Entonces estaba en la treintena este personaje que cumplirá 70 años en octubre. Ahora se le ve sonrosado como un buen inglés, con el pelo blanco y cejas pobladas, traje marrón, corbata granate y los ojos azules bien abiertos. Siempre los ha tenido este hombre curioso, que sirvió unos cuantos años al Gobierno de su majestad y ahora es uno de los escritores de más fama y éxito mundial, creador del agente Smiley. En los últimos años, Le Carré ha ido desvelando y clarificando cuánto de autobiográfico tienen sus novelas. 'He admitido recientemente que serví a mi país como espía, sí, aunque era una obviedad hacerlo, ya que muchos antiguos colegas se han pasado años escribiendo sobre mí'.

Para él, visto ahora con la distancia del tiempo, fue fácil convertirse en agente. 'Mi padre estaba en la cárcel, era un estafador de poca monta, mi madre había desaparecido también, esta gente me aleccionó en la universidad, donde reclutaban chicos como yo, con 17 años entonces, porque temían que los soviéticos estaban creando redes de agentes en esos círculos, como bien se demostró después. Ellos se convirtieron en mis mentores y nosotros creíamos en lo que hacíamos, teníamos un gran sentido del patriotismo', relata. 'Además, mi generación no había vivido la guerra por cuatro o cinco años, éramos adolescentes dulcificados que habíamos visto los acontecimientos entre bambalinas y teníamos ganas de demostrar que podíamos servir a una causa'. ¿Qué causa? 'Bueno, pues, al fin y al cabo, la democracia, con todos sus defectos era un sistema preferible al de los países socialistas'.

El escritor ha decidido afrontar todas las sombras de su vida. 'Estoy en una época en la que me aterra no aprovechar bien el tiempo que me queda. Quiero escribir los libros que me faltan lo mejor posible y que no me pase como a mi amigo Graham Greene, también espía, que lo peor de su obra lo hizo en los últimos años'. Por eso necesita elegir bien. 'Tengo como 70 proyectos y disfruto hablando de ellos. Las novelas sobre las que más a gusto se habla son las que nunca se escriben'.

Su esposa, Jane, es clave para que Le Carré cumpla su destino, aquello para lo que vino al mundo, según él. 'Creo que nací para entretener a otra gente y hacer que se plantee cosas, porque no hay forma de divertirse si no es pensando', dice. Y él consigue que se reflexione sobre lo que pasa contando las interioridades de las alcantarillas del espionaje o adentrándose en el negocio farmacéutico, como ha hecho en su último libro, The constant gardener, que se publicará el próximo mes en España. En las páginas de El sastre de Panamá y ahora en las imágenes de la película que ha dirigido John Boorman y han interpretado Pierce Brosnan, Geoffrey Rush y Jamie Lee Curtis, Le Carré describe un mundo en el que priman el juego y el artificio: 'Hay una sobrecarga de información, las redes son tantas que no hay tiempo para procesar nada, controlar eso es imposible, así que hay muchos agentes que inventan conflictos', señala. 'Cayó el muro y pensamos en la fantasía romántica de que se acabaría el espionaje y los políticos dirían la verdad. No ha sido así. En El sastre de Panamá yo quise describir que no había energía para acabar con eso y, por tanto, todo se convirtió en un juego materialista y sin ideales'. Le Carré ha quedado contento con el resultado en imágenes: 'Hay que olvidarse del libro y reinventar la historia para hacer una película. Hay que tirarlo por la ventana y recordarlo solamente, ser flexible, no hay otro remedio'.

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