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Columna
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Turismo

¿Qué hace ese aquí? Un indignado nerviosismo sacudió el séquito de Zaplana en Fitur, la feria internacional sobre el sector turístico que se celebra en Madrid y en la que cada año se sumerge el presidente de la Generalitat como pez en el agua. La presencia del líder de los socialistas valencianos, Joan Ignasi Pla, en el recinto, donde impugnó el modelo sostenido, dirigista y de grandes proyectos que aplica el PP, suponía poner algo más que el dedo en el ojo del adversario. Era todo un ataque a su identidad. 'Si tiene propuestas, que las plantee en Valencia', se quejó Zaplana, herido en lo más íntimo de una concepción del poder que convierte en turismo todo lo que toca: la ciencia, las artes, la cultura, por supuesto el urbanismo y hasta la política. El turismo de masas, que surgió en los años sesenta con la ciudad de Benidorm como gran emblema, ha sido estudiado por su impacto económico y social, su voracidad ambiental y su intensidad cada vez más insostenible. Más raramente, sin embargo, se ha analizado su reflejo en la idiosincrasia y la ideología. En su País perplex, recientemente reeditado, Josep-Vicent Marqués ya apuntaba que el turismo es una 'interesante tercera solución que equidista del individualismo de la agricultura y del colectivismo de la industria, reputadas justamente como extremadas por ciertas fuerzas vivas'. Probablemente habría que adaptar la irónica puntualización a la relación de fuerzas y de tendencias de la nueva era de la información, lo que no haría más que consolidar la centralidad del asunto en la ideología de una cierta derecha, la derecha turística valenciana, hija del desarrollismo franquista, alérgica a otro tipo de complejidades sociales y productivas; esa derecha que le roba a Morella el castillo y las murallas, que ha convertido Torrevieja en una monstruosidad y que tiene en Terra Mítica el templo sagrado de su religión. Parafraseando una vieja canción de Jaume Sisa sobre Barcelona: 'Mira, mira, la política popular... es turística y doméstica; es una postal'.

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