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Reportaje:

Fraude en el Everest

Gracias al robo de unas fotos, un montañero argentino disfrutó ocho meses de la gloria de un falso ascenso a la cima

Juan Carlos González empezaba a familiarizarse con las vendas que cubrían sus manos desposeídas de varias falanges. De hecho, consideraba la pérdida como un tributo menor concedido a un sueño improbable: escalar el Everest, cosa que hizo el pasado 27 de mayo por su vertiente tibetana. Juan Carlos, cántabro de 48 años afincado en Vitoria, conquistó la cima en su primera experiencia en el Himalaya, donde convivió varias semanas con la élite del alpinismo español y con un compañero argentino de expedición, Gustavo, que desde entonces ha alimentado una pesadilla que todavía le asalta.

En el hospital, su rutina de curas, visitas, reposo y asimilación de su nueva realidad se alteró con una noticia aparentemente trivial: faltaba el carrete con las fotos de la cima. Faltaba el momento que sólo la memoria o el papel fotográfico pueden retener. Juan Carlos no necesitaba las instantáneas para probar su hazaña: el sherpa que le acompañó hasta la cumbre y los que contemplaron su ascensión con prismáticos desde el campo base avanzado daban fe de la autenticidad de su palabra. No era ése el problema, no enfermó en su lecho de hospital por una cuestión de honor. La foto en la cima es un tesoro íntimo para el alpinista, menos una chuchería para la vanidad que un trozo tangible de su triunfo sobre la montaña. Algo que conservar más allá del momento efímero, confuso y helado de la victoria sobre la montaña. 'Deseaba la foto para enmarcarla, para colgarla de la pared del salón junto al piolet con el que subí, y poder contemplarla', relata Juan Carlos. Pero alguien había sustraído el carrete de la cámara. Uno de sus compañeros de expedición supo a través de una agencia nepalí que el sherpa que guió a Juan Carlos hasta la cumbre había contemplado las fotos. Gustavo se las había mostrado.

El argentino, un tipo de 26 años, afable, cordial y amante de la conversación, había revelado el carrete en Katmandú pero negó tal extremo una vez que Juan Carlos le interrogó por teléfono. Siguió así hasta que la presión se le hizo insoportable y confesó que el carrete acababa de aparecer en un bolsillo de su chaqueta de plumas.

Ambos montañeros habían convivido dos días en el campo 1, alcanzaron el campo 2, luego el 3 y desde ahí, a 8.300 metros, salieron de madrugada hacia la cima. Media hora más tarde, la angustia ante lo desconocido arrugó al argentino. Juan Carlos siguió en compañía de su sherpa, lo perdió de vista durante el descenso y optó por pasar la noche a 8.600 metros. Se hallaba parcialmente cegado, oscurecía y confiaba que el oxígeno artificial que portaba le permitiera superar una noche terrorífica. Su bombona se agotó enseguida. Al amanecer, emprendió el camino de regreso hacia el campo 3; Gustavo no salió en su ayuda, pero nada más verlo le despojó de su mochila, de la cámara que colgaba de su cuello, abandonó la tienda y reapareció para comunicarle que se marchaba. 'Me abandonó y ahora sé que hubiera deseado que desapareciera durante el descenso', asegura. Gustavo reveló las fotos: donde se suponían 24 instantáneas, salieron doce, según el argentino. Ninguna de la cima. 'No le creí y amenacé con denunciarle ante la justicia y la prensa. Me las envió y entre ellas había una foto de la cima, incluída por error puesto que él no sabía qué pinta tenía. Le acusé de robo y se derrumbó, pero seguía negando que hubiera más fotos. Hablé con el juez decano de Vitoria y decidí probar mis acusaciones grabando en la SER una conversación telefónica con Gustavo'. La grabación recoge el momento en el que el alpinista argentino menciona sin reparar en su error que nunca ha visto las dos fotos de la cima. ¿Cómo podía saber que había dos fotos tomadas en lo más alto? Confesó, pero anunció que había destruido las imágenes restantes. Por entonces, Gustavo anunciaba en su país que había hollado la cima del Everest, avalando su mentira con las imágenes de Juan Carlos, según su versión, por él retratado. Sin embargo, presentó las imágenes como extraídas del mismo rollo, invención descubierta por un alpinista también aficionado a la fotografía que le desenmascaró. En 1995, Gustavo había inventado su ataque exitoso a la cima del Cho Oyu (8.201 m). Sus compañeros de expedición le expulsaron por 'mentiroso y ladrón' y fue borrado de los tres clubs de montaña de su ciudad, Salta.

El rocambolesco caso ha alcanzado repercusiones políticas: el gobernador de Salta, amigo de la familia de Gustavo, apadrinó económicamente su viaje al Everest y las emisoras de radio y televisión afines al Gobierno local se hicieron eco de la gesta de su vecino a sabiendas de que era pura invención. El caso ha salpicado al gobernador en persona. Por su parte, Juan Carlos nunca quiso creer que no se vería retratado en la cima, así que se empeñó en interrogar de forma sistemática a su 'desequilibrado' compañero de tienda. Las fotos quedaron destruídas, pero Gustavo filmó en vídeo una de las exposiciones de las diapositivas robadas. Finalmente, envió a Juan Carlos una copia del vídeo, de la cual ha podido extraer una captura para pasarla al papel o a la diapositiva. La semana pasada ofreció en Vitoria su primera conferencia audiovisual completa. Pudo verse al fin, rodeado de público, en lo más alto del planeta.

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