Ricos
De golpe y porrazo nos hemos hecho más ricos que Epulón y ya no damos pie con bola. Llevamos tatuada en la frente la marca inconfundiblemente hortera del nuevo rico. Y, aunque a veces bajemos a la calle para jugar con los niños pobres, somos, cuando se nos lleva la contraria, el típico pipiolo repelente que se enfada y se lleva la pelota para que nadie se divierta.
Ser rico es mucho más complicado que ser pobre. Para perder con dignidad basta con resignarse, pero hace falta, en cambio, ser muy caballero para saber ganar sin chulería. Y es que somos unos chulos. Gastamos, usamos, tiramos, consumimos, compramos, derrochamos, acaparamos, quemamos... y a los pobres de afuera, o a los pobres de mañana, ¡que les den morcilla! Es verdad que toda nuestra riqueza nace, crece, se reproduce y muere en los bancos y en Hacienda, pero yo soy de los que piensan que es más rico un pobre en un país rico que un rico en un país pobre. Así que puede que no seamos famosos, pero somos, indiscutiblemente, ricos.
El problema, perdone que insista, es que somos nuevos ricos. Que nos falta clase. Que nos hace tilín ser envidiados. Un rico como Dios manda entiende que más dinero significa más responsabilidad, pero a nosotros lo único que nos preocupa es saber si el próximo viaje será a Cuba o a Túnez, o si tendremos por fin una subvención que nos anime a tener más hijos, o cuándo terminarán las obras del nuevo auditorio. Dinero y más dinero. Dinero por un tubo. A ver si al menos dura lo suficiente como para que sigamos siendo ricos, pero honrados.
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