La pelota vasca despide a Atano III, de 96 años, su reinventor
Si se hubiera cumplido el deseo de su padre, Mariano Juaristi, más conocido como Atano III, habría dedicado su vida a la zapatería, a manufacturar y arreglar alpargatas. Pero él, nacido en Azkoitia (Guipúzcoa) en 1904, se interesó por la pelota vasca, un deporte a cuya reinvención y modernización contribuyó de forma determinante. Seguramente, los frontones no se llenarían hoy si no hubiera existido Atano III. Él dominó este deporte durante dos decenios y, más importante aún, se le puede considerar el responsable de su renovado impulso. Su muerte, ocurrida el viernes a sus 96 años de edad, ha enlutado al mundo pelotazale.
Atano III revolucionó varias de las suertes de la pelota a mano: el saque, la volea, el uso de la izquierda cuando la pelota circula cerca de la pared... Y consiguió ganar más dinero que como zapatero. Su primer partido como profesional lo disputó con 16 años: obtuvo 15 pesetas en 1920. Era un chaval alto, estilizado, ágil y con movimientos que, en sus primeros años, causaban incluso la risa entre algunos seguidores de su deporte. Sin embargo, acabó dominando la pelota desde 1926, cuando consiguió su primer título, hasta 1948, cuando le destronó Miguel Gallastegui. Durante 22 años ininterrumpidos fue el indiscutible número uno. Se le conocía con el sobrenombre de Txapelaundi (boina grande) por la inconfundible manera en que cubría siempre su cabeza.
En su reinado se instauraron los campeonatos oficiales y se dieron los primeros pasos hacia el profesionalismo. Pese a que aguantó 40 años como pelotari, su carrera no tuvo un mayor lustre debido al mal de manos, una enfermedad que suele aparecer en algunos practicantes de este deporte y que llegó a tenerle 14 años casi inactivo. En cualquier caso, su leyenda sólo ha podido igualarla un campeón más reciente, Julián Retegui, dominador en los años ochenta y noventa.
Atano III pasó los últimos años de su vida postrado en una silla de ruedas, pero el mundo del deporte vasco no le olvidó. Azkoitia, su pueblo natal, le nombró hijo predilecto y San Sebastián dio su nombre a su frontón más importante.
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