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Reportaje:

Las lecciones de Mavi y Alejandro

Una mujer tetrapléjica de Málaga enseña a un niño impedido como ella a pintar con la boca

Alejandro llega a la habitación de Mavi como un vendaval. 'El lápiz, el caballete, las témperas'. Mientras sus padres preparan los materiales para la clase de pintura, se acomoda sobre la cama y comienza a dar pequeños brincos. Su profesora lo mira con serenidad, como esperando que se canse para empezar. Pero no es tan fácil. Sólo se calma cuando le ponen por delante muchos peces, un sol y el mar para colorear. Pincel en boca, comienza suavemente a llenar el cielo con cuidado de no manchar las nubes.

La experiencia didáctica es una aventura para ambos. María Victoria Rodríguez jamás pensó meterse en estos berenjenales. Una amiga fue la instigadora. Ya que ella había aprendido a pintar con la boca, podía enseñarle a Alejandro Pinazo Rubio, un niño de cinco años a quien ninguna academia admitía con el -tal vez falso- argumento de que era demasiado pequeño. Mavi no pudo resistirse y aceptó. Desde hace cinco sábados, no se sabe quién aprende de quien. Si Mavi de la vitalidad de Alejandro o él de la capacidad de superación de su maestra.

Los dos son tetrapléjicos. Ella por una enfermedad degenerativa y el pequeño por una patología congénita. Eso marca las diferencias: Mavi ha perdido su movilidad, Alejandro nunca la tuvo. Tal vez por eso ella tenga una leve tristeza en la mirada, mientras los ojos de su discípulo son pura chispa.

Para Mavi, que pintaba desde los 15 años, no fue fácil asumir pasada la treintena que ya no podía mover sus manos. Un terapeuta le puso por delante el desafío: 'Usa la boca'. Reflexionó y sufrió, pero probó. No le salió tan mal, así que continuó. Ahora, a sus 'cuarentaitantos', pinta los paisajes que sólo puede recorrer a través de las fotos de sus amigos. Calles de Marruecos, arboledas y el mar, al que logra imprimirle el brillo y la cadencia de las olas. Sus trazos son puntillosos y precisos. Confiesa que no siempre consigue su objetivo a la primera. 'A veces me mosqueo con un cuadro porque no me sale, pero vuelvo a empezar', reconoce.

Mientras ella cuenta que tiene ilusión de montar una exposición con sus pinturas, Alejandro sigue en lo suyo. Amarillo para la cola de los peces. Helga Gómez, una estudiante de educación especial, pone sus manos al servicio de esta experiencia más humana que docente. Es ella la que mezcla los colores según las instrucciones de Mavi. Sofía, la madre del pequeño, comenta que desde que su hijo comenzó las clases lo nota más seguro. Antes no quería coger el lápiz con la boca. Ahora pinta y hasta improvisa ritmos mientras Helga combina el próximo color.

'Las personas discapacitadas no tienen tanto apoyo como políticamente se da a entender', se queja Sofía. Lo sabe por experiencia. La improvisada profesora confirma: 'Ser minusválido es para millonarios. Una minusvalía con dinero es menos minusvalía. Estamos olvidados por las administraciones porque las prestaciones, las ayudas y las pensiones son una vergüenza'. Sofía tercia con un dato. Una tijerita cuesta 300 pesetas. Una mínima adaptación para un pequeño con una dificultad motora eleva su coste a 4.000 pesetas. 'Las ortopedias abusan de la necesidad de los discapacitados', protesta.

Los serios comentarios de los mayores no hacen mella en la alegría desbordante de Alejandro. Él se lleva el protagonismo y lo sabe. Su profesora confiesa: 'Es agotador, pero me gusta porque me transmite mucha energía'. Al final de la clase, ella le da el regalo que Papá Noel le ha traído desde el polo norte. Tres libritos para colorear. 'Yupiiii, vamos a casa, así los pinto', se entusiasma. Hoy los dos han aprendido algo nuevo, pero sobre todo, han dado una lección a los demás.

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