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Crítica:CRÍTICA - CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mahler implacable

En la primera visita al Palau tras su controvertida actuación en Bayreuth durante el verano pasado, el director veneciano volvió de nuevo hacia el sinfonismo centroeuropeo -Schubert, Bruckner, Mahler- que tan cómodamente aborda. La Sexta Sinfonía de Mahler le sirvió a Sinopoli para demostrar que sabe ser fiel, desde el primer compás, a las demandas objetivas de la partitura, resuelta con trazos límpidos y buenas dosis de tensión interior. La energía demandada (Heftig, aber marking), no le impidió iluminar bien todo el entramado sonoro. Gracias a ello, las rupturas del discurso -siempre presentes en Mahler, pero particularmente acusadas en la Sexta- se percibieron con toda claridad.De entre las sinfonías de Mahler, es ésta la que más tinta ha hecho correr en cuanto al significado concreto (real o supuesto) de cada uno de los elementos musicales: golpes de martillo (siempre inaudibles, por cierto), tema de Alma (su esposa), utilización del modo menor, etc. El propio compositor dio pie a muchas de esas interpretaciones ("He tratado de representarte en un tema", le dijo a Alma. "No sé si lo he conseguido, pero tendrás que conformarte") Se refería al segundo tema (en fa mayor) del primer movimiento. Para el oyente, sin embargo, lo que puede ser más sustancial es el significado global de la obra, donde todo parece cuestionarse y las batallas acaban siempre perdidas. Por eso no importa mucho que el tema en fa se refiera a la esposa o a la belleza inaccesible (las relaciones de Gustav Mahler y Alma Schindler acabaron en manos del mismísimo Freud). Lo fundamental es que el director transmita, con medios estrictamente musicales, que todos los deseos se escapan, se rompen o se convierten en una caricatura. Difícil tarea que, a mi parecer, Sinopoli consiguió.

Giuseppe Sinopoli

Sächsische Staatskapelle Dresden. Mahler: Sexta Sinfonía. Palau de la Música, Valencia, 24 de Noviembre.

A lo largo del primer movimiento tradujo a la perfección una música realmente abrupta y desesperanzada, escanciando momentos de remanso como el que protagonizaron trompa y violín. El scherzo es percibido por el oyente como más de lo mismo: no sólo por las semejanzas temáticas y la utilización constante del ritmo de marcha, sino porque se mueve dentro de un universo tan desquiciado y autodestructivo como el del allegro inicial. Un Trío burlón e inesperadamente dejado caer en un contexto que no le es propio, unos Ländler que parecen una broma macabra, una tuba amenazadora; Mahler está planteando un inquietante mensaje: nada es lo que parece.

El andante moderato, que el propio compositor llegó a interpretar a veces en segundo lugar, intercambiando con el scherzo la posición que se dio en el estreno (Barbirolli, en el famoso registro de 1969 los coloca así), supone el único momento de reposo en toda la sinfonía. Sinopoli dejó volar a la música, pero no demasiado: estamos ante una de las obras más claramente oscuras del compositor, y las efusiones excesivas resultan fuera de lugar. Se ha planteado que este movimiento es, de hecho, un interludio. Tras la angustia del primero y el sarcasmo del segundo, quizás sea necesario tomar fuerzas, descansar. Sobre todo cuando aún faltan las últimas turbulencias. De este modo pareció entenderlo la batuta.

En el finale, el paroxismo es llevado a sus consecuencias definitivas. Tanto es así que al director le costaba mantener la tensión con la misma intensidad de antes. En cualquier caso, hubo un escalofriante inicio donde unas cuerdas gélidas, un arpa destemplada y una tuba inquieta pusieron los pelos de punta a todos los oyentes, a la vez que señalaban los antecedentes de mucha -y buena- música cinematográfica.

La orquesta fue, todo el tiempo, sumamente precisa. Ni mirando con lupa se le pueden encontrar fallos. La Sächsische Staatskapelle Dresden es, con sobrado motivo, una de las orquestas que más entusiasmo despierta en el Palau. A la exquisita sonoridad de su cuerda debe añadirse el sonido redondo y oscuro de los metales, el incisivo timbre de la madera y la briosa -pero nunca atronadora- percusión. Si añadimos a todo ello el impecable ajuste métrico y la ductilidad ante la batuta, acertaremos en el valor que tiene como instrumento en manos de un director inteligente.

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