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Crítica:'WOODY ALLEN, LA VIDA Y NADA MÁS' / CANAL +
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Genial esponja

En la trastienda del original y ágil documento Woody Allen, la vida y nada más, que clausura esta noche (0.13) el ciclo dedicado por Canal + al cineasta neoyorquino, los autores del juego (Tony Partearroyo en el guión y Jorge Ortiz y Pite Piñas en la realización) nos engatusan con un guiño de ojo, con una leve pero rica ficción: detractores y defensores del cineasta proponen en sordina que, a través del filtro distanciador de un dibujito animado que desacraliza el asunto, reflexionemos al mismo tiempo que jugueteamos con trozos de la memoria de una obra artística ya ingente además de eminente y que sobrepasa los raseros del talento artístico común para entrar en el vidrioso territorio de lo descomunal.De esta desmesura, de este agigantamiento de la pequeña figura de Woody Allen a lo largo de la última década, en la que se embarcó en una vertiginosa escalada creativa de película por año, procede la idea de que estamos ante un artista dueño de una imaginación no sólo fertilísima, sino también superior, que le convierte en uno de los hombres esenciales del cine moderno. Y proceden también las muchas irritaciones que Allen provoca, las ronchas que destapa a su paso, y que le han cosechado una buena cantidad de negadores, sobre todo en su propia tierra, donde (salvo en pequeños islotes de minorías en las grandes ciudades y en los gremios de los actores, donde se practica una auténtica adoración por él) no es precisamente un profeta. Él mismo no se muerde la lengua a la hora de proclamar que le interesa más Europa y su cine que Estados Unidos y el suyo.

Woody Allen, la vida y nada más contiene un trabajo de montaje vivo, diáfano y sagaz, que dejar ver tras la cámara, al unísono, las miradas de tres meticulosos buceadores de la parte oscura, la no evidente, del mundo del cineasta de Manhattan. Esto se percibe no sólo en el montaje en ametralladora de muchos instantes clave de sus películas, sino también, y sobre todo, en el contrapunto de estas calas de su cine con el cine de los muchos colegas, maestros e inspiradores de Allen, ante los que la, genial y depredadora, imaginación del artista neoyorquino no se cohíbe y ejerce libre y astutamente su pasión de esponja, llevando al interior de su propia pantalla interior muchos instantes motivadores ajenos, que él destripa, desmenuza, recompone y luego devora y hace completamente suyos.

Este trabajo de desvelamiento de lo que en la obra de Allen hay, tomado de prestado o en estado de resonancia, de la obra de Groucho Marx, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, W. C. Fields, Orson Welles, Federico Fellini, Mae West, Charles Chaplin, Buster Keaton, George Cukor, Judy Holliday, John Cassavetes, Preston Sturgess, Billy Wilder, Jean Renoir y, entre muchos más, Alfred Hitchcock, es impagable y da vigor didáctico a la liviana ficción que vertebra este alarde juguetón de conocimiento.

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