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CAMPUS DE VERANO

La mirada trágica de la Europa del siglo XX

Una exposición en Santander ayuda a redescubrir la obra de Nicolás Muller, el fotógrafo húngaro que colaboró con Ortega y Gasset en 'Revista de Occidente'.

Ortega y Gasset dijo del que fuera su fotógrafo y colaborador en Revista de Occidente que tenía la luz domesticada. La exposición Cruce de miradas, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander, ha ayudado a redescubrir a Nicolás Muller (Orosháza, Hungría, 1913-Llanes, Asturias, 2000), un artista que legó uno de los mejores testimonios gráficos de la trágica Europa del siglo XX.Perteneciente a toda una generación de fotógrafos centroeuropeos, como Robert Capa, Brasaï o Kertész, puso de manifiesto desde sus primeras imágenes en Hungría una honda mirada y un talante comprometido y crítico con la realidad social. Una faceta a la que se añade una obsesión por el género humano, por captar su mirada como reflejo de la vida.

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Muller era poco amigo del boato y un hombre discreto, razones por las que no es muy conocido en España, a donde llegó en 1947 huyendo de las persecuciones de los nazis que sufrió por ser judío. Salió de Hungría en los años treinta; llegó a Francia en 1938 y un año después emigró a Portugal. De ahí huyó a Marruecos, donde permaneció siete años. En 1947 recaló en España, país al que siempre agradeció el modo en que le acogió. Muller siempre se consideró un superviviente de aquella tragedia en la que murieron muchos de sus familiares y amigos.

En Madrid abrió un estudio en la calle de Serrano y era un retratista caro. Se movió en el ambiente intelectual de la época y plasmó en sus retratos el semblante de la historia cultural española: es autor de la famosa imagen de Pío Baroja, ataviado con abrigo y sombrero, paseando por el Retiro madrileño en 1950; retrató a Azorín, Eugenio D'Ors, Vicente Aleixandre, Aranguren, Marañón, Pérez de Ayala... Trabajó en varias publicaciones: además de Revista de Occidente, en Hispánico y en Índice, y realizó ocho libros (con textos de Azorín, Julio Caro Baroja, Quiñones y Arce) sobre España.

Su formación humanista y el entorno liberal de su familia fueron esenciales en el desarrollo de su sensibilidad. "Lo que más le interesaba eran las caras, sobre todo las de los niños y chicas", dice su hija Ana, que ha ha dirigido un taller en la UIMP. Cuando no trabajaba por encargo, Muller (un "correcaminos" como le define su hija) se dedicaba a pintar paisajes y a retratar a mujeres y hombres anónimos.

En el palacio de La Magdalena, en Santander, se han mostrado una treintena de imágenes, algunas inéditas, rescatadas por su hija de viejos cajones y archivos, y que son un paseo por la peripecia vital y profesional de este artista interesado por la cotidianidad, la frescura y el humor. Y donde se puede contemplar a través de la luz el profundo cambio anímico que experimentó al llegar a Tánger tras su larga huida.

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