"El día más desafortunado de mi vida"
Hubieran sido el dream team. Tiger Woods primero y Sergio García segundo, jugando juntos en el cuarto y último recorrido del Open Británico en Saint Andrews. Era lo que deseaban los españoles. Era lo que quería gran parte del público escocés, que daba señales de querer adoptar a El Niño como hicieron hace tiempo con Severiano Ballesteros. Y era lo que querían tres señores mayores ingleses que dijeron que habían apostado veinte libras (5.500 pesetas) a que Sergio ganaría el Open. De acertar, se habrían llevado más de 600 libras cada uno. Pero el dream, el sueño, no se ha hecho realidad. Más bien al final, en el hoyo 17, se convirtió en una pesadilla. Sergio empezó el tercer día del Open a cuatro golpes de Woods, y acabó a diez. Sin la más mínima posibilidad de ganarle. Salvo que Woods se rompa una pierna, o decida que se tiene que ir a casa porque echa de menos a su mamá.
¿La distancia, en calidad de juego, es realmente tan grande entre Tiger y Sergio como los resultados en este Open indican? Sí y no. En los lanzamientos de los tees y en los hierros de las calles a los greens Sergio ha jugado casi igual de bien, casi con el mismo control, que el número uno del mundo. La diferencia es que Woods es un jugador más completo, quizás el más completo que se haya visto en la historia. Woods, aparte de todo lo demás, es un magistral putteador. Sergio no lo es.
Lo que tiene que hacer Sergio nada más concluir el Open, es practicar y practicar sus putts. Porque si no mejora este aspecto tan crucial de su juego, su enorme potencial no se va a realizar. Ayer tuvo ocasión tras ocasión de birdie y, con una sorprendente excepción, las falló todas.
En el hoyo cinco, un par cinco, tuvo un putt de metro y medio para hacer cuatro. Pero no. En el seis, una de menos de tres metros se escapó por un pelo. En el siete, igual. De repente en el ocho, un par tres, tiene un putt de 9 metros para birdie y entra en el centro del hoyo. En el diez, otra oportunidad de birdie. Tres metros. Nada.
Lo peor era que sus rivales -Duval, Els, Clarke, Bjorn- estaban metiendo putts de todas las distancias. Ellos avanzaban. Sergio, por inercia, retrocedía en el marcador. Cuando falló un putt de dos metros para birdie en el 13 cayó en la angustia total.
Pero lo peor quedaba por delante. En el segundo lanzamiento al 17, el par cuatro más difícil del mundo, hizo lo que no debía. Intentó un golpe temerario y cayó en el bunker que protege el green, el bunker más aterrador de Saint Andrews. Necesitó dos golpes en la arena para salir y entonces, cuando precisaba un putt de poco más de dos metros para salvar el bogey, otra vez lo falló y acabó con un seis. Colapso total. Un birdie tres en el hoyo 18 resultó ser, como dicen en las islas, too little, too late. Demasiado poco, demasiado tarde. O, como luego dijo Sergio: "El día más desafortunado de mi vida".
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