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Reportaje:

Que no suene el teléfono, que se oiga esa puerta

-Piensas que eso a ti nunca te va a tocar. Lo has leído en el periódico, sí. A lo mejor, incluso, conoces a alguien, te hablan de ello. Pero a ti, no. A ti no puede pasarte... Y te pasa.A Rosa María Montejano le pasó. Un día sonó el teléfono. El primer día del año sonó el teléfono y alguien le informó de que su hijo estaba en el hospital. A ella le tocó. A su hijo le dieron un navajazo. Le hincaron acero en el corazón.

-No sabe usted... Nadie lo sabe. Sucede todo tan deprisa. No te da tiempo a reflexionar. No te da tiempo a nada. Es como una película. Es como un sueño.

¿Qué hay ahora, seis meses después, en su voz? Tranquilidad. Hay tranquilidad en la madre de Iván. Calma.

-Al principio, yo estaba aterrada. Cuando le pasó, cuando se planteó de nuevo que tenía que salir, yo le animé. No quería decirle que se encerrara en casa, aunque por dentro estuviera deseándolo. Yo le decía que adelante, quería demostrarle que no pasaba nada. Y, luego, me quedaba despierta, deseando que no sonara el teléfono, por Dios, que se oyera la puerta. Que se oyera la puerta, porque eso significaría que ellos habían vuelto. Que todo estaba bien.

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Salir de noche

Tiene Rosa María dos hijos: Iván, el del navajazo, y su hermano. Ambos salen. Siguen saliendo. Tienen que seguir saliendo.

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-Mis hijos son personas normales. Son como esos miles de jóvenes que salen a divertirse, a descansar de estudios y de semanas de trabajo. Yo le decía: "Porque haya un hijo de puta que un día te dio un navajazo, no vas a cambiar tu vida...". Pero, claro, eso, hay días que te lo crees; otros, no. Otros, te vuelve el miedo. Y tienes que aprender a vivir con ello.

Rosa María, un día llamó a otra mujer, a otra madre, a la madre de Carlos Blanco, un joven de 26 años que murió acuchillado en una discoteca, en Alcalá de Henares, en el mismo mes que su hijo, apenas 30 días después.

-Te das cuenta de que no puedes decir nada. ¿Cómo iba yo a consolarla? Yo tenía a mi hijo vivo y ella tenía a su hijo muerto. Yo me preguntaba: "¿Por qué tengo que dar gracias por mi hijo?". Encima tenía que dar gracias porque no se me había muerto. A mi hijo le habían clavado una navaja, habían estado a punto de matarle, y allí estaba yo, dando gracias por mi buena suerte.

Algo está pasando, dice Rosa María, algo está pasando en una sociedad en la que los jóvenes de 16 años se echan a la calle con una navaja en el bolsillo. Algo pasa cuando no sólo llevan una navaja, sino que, además, la clavan en la carne de un muchacho como él. Algo funciona mal cuando, además, esa navaja busca directamente el corazón de otro chaval.

-¿Qué está pasando? ¿Sabe usted lo que está pasando?

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