Rigurosa diversión

Cesc Gelabert es quizás el coréografo y bailarín de danza contemporánea que con mayor fortuna y seriedad integra en sus creaciones los propósitos de algunas técnicas del alma -es decir, del movimiento- de carácter oriental, lo que le ha permitido desde los inicios de su carrera una fusión de asuntos y estilos que figura entre lo más interesante del panorama dancístico de ahora mismo. Dueño hasta la exasperación de todos sus registros, juega con los referentes coreográficos múltiples no a la manera de quien se pone a prueba sino disfrutando con la extensión de sus poderes expresivos. No en vano ha recibido dos de los últimos premios Max de las artes escénicas por un trabajo anterior al que ahora comentamos y que no pudimos ver por aquí.Es probable que en cualquier otra compañía de danza la idea de rendir homenaje a la mejor época del cine mudo retomando algunos de sus temas (las novias de Buster Keaton, por ejemplo) y, sobre, los procedimientos de la aceleración del movimiento, hubiese o bien naufragado o bien recaído en la trivialidad de algunos homenajes que se conforman con aproximarse lo más posible a las maneras de la creación original. No es eso lo que pretende Cesc Gelabert, sino inyectar su propia personalidad en un complejo narrativo que se diría sobradamente concluido. Por eso este espectáculo, con su fino sentido del humor, que parece gélido porque alardea de una inteligencia infrecuente, muestra en algunos de sus momentos al mejor Gelabert, aunque quizás al más distanciado, y permanece siempre a la altura (apoyado en un modélico diseño de luces) de la eficacia del género al que rinde este elaborado homenaje.