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Reportaje:

Un partido cansado y desorientado en busca de identidad

La militancia socialista, desgastada por años de apoyo a los Gobiernos de González, no se habitúa a la oposición

Enric González

"Nos ven como gente instalada, del pasado, con un lenguaje que no entienden, que tiene unas agrupaciones que más parecen sectas que entes vivos y modernos, que organizan unos mítines rituales a los que asisten personas mayores a las que traemos en autobuses y a los que muy pocos asisten de manera espontánea".Así ven los españoles a los socialistas, según un veterano dirigente del PSOE. El párrafo pertenece a un texto que el dirigente ha remitido, por correo electrónico, a algunos de sus compañeros. Se trata de una descripción muy severa, en 15 folios, de la situación en que se halla un partido centenario que fue hegemónico y yace hoy en la oposición, descabezado, triste y perplejo. El PSOE, el gran partido de la izquierda, está, sobre todo, cansado.

Cómo han cambiado las cosas desde 1976, el año de la legalización, el año en que los españoles redescubrieron un pequeño partido de siglas históricas y prestigiosas, dirigido por un puñado de jóvenes. Juan Rey era en 1976 un estudiante de 19 años que pidió el carné porque se sentía socialdemócrata, "cuando socialdemócrata era un término que se utilizaba como insulto en los ambientes de izquierda". "Hicimos mucho", recuerda. Rey es hoy, con 43 años, funcionario del Ayuntamiento de Madrid, y sigue en la militancia de base.

Hicieron mucho. Desde muy pronto. José Borrell tenía por entonces 29 años y llevaba un par como militante. Hoy, como diputado y ex candidato a la Presidencia del Gobierno, cree que el agotamiento del PSOE comenzó a acumularse desde el principio. "En 1976 contábamos con unos pocos miles de afiliados; hacia 1979 habíamos cubierto unos 80.000 puestos institucionales. El PSOE", opina, "se volcó en las instituciones. Y sin recuperarse de ese esfuerzo inicial, se enfrentó a una tarea modernizadora de proporciones inmensas".

¿Tan pronto se torcieron las cosas? A finales de los 70 y principios de los 80 hubo que llenar miles y miles de despachos y cargos oficiales y hubo que derrochar esfuerzo en la gestión del país, lo que dejó en algunos el sentimiento de que el partido se vaciaba. Un ex ministro opina que aquello fue duro, pero no tanto como la huelga general promovida por los sindicatos en 1988. "A partir de ahí nos pusimos a la defensiva y empezamos a encerrarnos en nosotros mismos", considera el ex ministro.

Pedalear en vacío

"Hay muchos momentos, claro. Pero, por simplificar, yo diría que nuestro proyecto se agotó en 1992, después de los Juegos Olímpicos de Barcelona y de la Expo de Sevilla", argumenta un miembro del comité federal y dirigente de una de las federaciones territoriales más importantes. "A partir de 1993, de aquellas elecciones que no debíamos haber ganado", sigue, "pedaleamos en el vacío. Estábamos groggy y la poca fuerza que nos quedaba se evaporó. Habíamos cubierto un ciclo, nos fallaban las fuerzas, nos faltaban las ideas: la prioridad era resistir". Ese último tramo agónico culminó el proceso de desconexión entre el PSOE, que a principios de los 80 alcanzó una comunión asombrosa con la España emergente, y la nueva realidad española.

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"Es que hace tiempo que renunciamos a crecer orgánicamente en la sociedad. Transformamos España e hicimos un esfuerzo de creatividad que nos dejó exhaustos. Y mientras protagonizábamos la vida política, renunciamos poco a poco a la vida de partido", abunda el diputado Francisco Fernández Marugán. "Vivíamos exclusivamente del poder institucional, y ahora, lejos del Gobierno, no sabemos qué hacer".

Alfonso Guerra abunda en esa idea, en una entrevista que publica la revista Temas: "Algunos dirigentes consideraron obsoleta la función de los partidos políticos y, por lo tanto, de su propio partido; no confiaron suficientemente en la acción de ese partido y apostaron por otro modelo de organización política, que no es el europeo, sino el norteamericano".

Y así, al parecer, perdió el PSOE las referencias. El Gobierno de Felipe González marcaba el rumbo, y el partido se dejaba llevar, por las buenas o, como en 1979 (renuncia al marxismo) o en 1986 (permanencia en la OTAN), por las malas.

"Yo siempre he admirado la labor de Felipe González. Y recelo de quienes hablan continuamente de ceder la palabra a las bases, porque es falsa esa caricatura que se ha creado en torno a un aparato casi diabólico y una militancia angelical", puntualiza Juan Rey. "El militante del PSOE es bastante conservador, se siente depositario de las esencias y se ha acostumbrado a hacer muy poco; le basta con pegar algún cartel y actuar como interventor en las elecciones", agrega. "El simple afiliado, el que renuncia al activismo, ni eso. Paga la cuota, o no la paga, y ya está".

"La vida orgánica ha decaído, es cierto. El partido se ha hecho muy conservador. Ni siquiera se admite de buen grado a los nuevos afiliados, por temor a que alteren los delicados equilibrios internos y el statu quo de las agrupaciones locales", explica un alto dirigente. "Mi hijo intentó entrar en el partido, y hasta ahora no ha recibido otra respuesta que el silencio", afirma un diputado del PSOE.

"Es muy exagerado decir que rechazamos las incorporaciones. Eso sucede en algunos casos, pero en general lo que ocurre es que las normas de admisión son muy lentas", matiza Pedro Santín, secretario general de la agrupación socialista de Moncloa, en Madrid. La agrupación de Moncloa, por su ubicación en las cercanías de una universidad, abunda en estudiantes. Ésa, sin embargo, no es una característica común al conjunto de las bases del PSOE.

"Actualmente somos un partido de funcionarios municipales, de personal sanitario o docente, de jubilados. Carecemos", afirma Juan Rey, "de enganche entre los emprendedores, los jóvenes profesionales urbanos y, en general, los sectores más dinámicos de la sociedad".

Canales de comunicación

El censo del PSOE sitúa el número de afiliados en torno a los 400.000. Las estimaciones más realistas, basadas en quienes votaron en las primarias Borrell-Almunia, reducen esa cifra a la mitad. "O quintuplicamos esa cifra, o no haremos nada. Hay que abrir el partido a la sociedad", opina Borrell.

Pero ¿cómo captar de nuevo el interés de la sociedad? "La gente viene. Tras la derrota de 1996, la dulce derrota, hubo muchas incorporaciones. Y la militancia viene a la agrupación, discute, propone cosas", asegura Santín. "Lo que pasa es que esa participación sólo tiene eco en el ámbito local. Los militantes", admite el secretario de Moncloa, "carecen de influencia en el conjunto del partido. Fallan los canales de comunicación entre los distintos niveles". Santín se afilió en 1980. Era un estudiante de 22 años. Hoy tiene 42 y trabaja en la Administración pública.

Santín llegó a vivir la experiencia de la oposición, aunque fuera breve. Llegó a conocer la época en que era normal convivir, en la sede de la agrupación, con militantes ecologistas, por poner un ejemplo de conexión con movimientos de renovación social no estrictamente políticos. Eso no es hoy habitual. La oposición es algo desconocido para la mayoría.

"Comprendo", dice el e-mail distribuido por un dirigente del PSOE, "que la generación de los 40, que son hoy los que gobiernan el partido en las regiones y provincias, tengan esa actitud que yo llamo conservadora. No han conocido otra forma de hacer las cosas en el partido, al que siempre vieron en el poder. Crecieron políticamente a la sombra de la generación de Suresnes, no vivieron ni la clandestinidad ni la oposición a UCD, y no se labraron, en su mayor parte, una experiencia profesional sólida antes de vivir de la política, y ahora les aterra perder su estatus".

Han pasado 16 años desde el 30º congreso, celebrado en 1984, al arrullo de una mayoría absolutísima. "El cambio producido en algunos postulados del PSOE va paralelo al que se ha registrado sociológicamente en el partido", se escribía entonces en este mismo periódico. Antonio Fernández García, abogado de 29 años, representaba, se decía, el nuevo perfil del delegado congresual. "La gente que se incorpora tiene mis características", decía Fernández. "El licenciado es el nuevo obrero en la sociedad en que nos movemos", explicaba.

El PSOE de hoy tiene jóvenes y gente madura. Aquella franja de edad y profesión que en 1984 se enarbolaba como estandarte, la del joven licenciado Fernández, es muy escasa en sus filas. Es escasa, más concretamente, entre su gente de a pie. Los jóvenes profesionales del PSOE ocupan todos algún cargo político.

"He intentado atraer gente nueva, he acompañado a algún amigo a mi agrupación, la de Pozuelo, para ver si se animaba. Pero se echan atrás", explica Rey, "en cuanto ven el nivel de los debates y el ambiente que se respira en la sede. Nos hemos quedado anticuados. Hemos pasado demasiados años cociéndonos en nuestra propia salsa".

"Nos hemos convertido en un partido sentimental, un partido que añora el pasado y que, siendo conflictivo, se siente incapaz de afrontar el menor conflicto", considera Fernández Marugán.

El militante socialista ha sido muy baqueteado. "Hemos pasado por muchos tragos desagradables: reconversiones, OTAN, huelga general, ruptura con los sindicatos..., pero los casos de corrupción nos han dejado especialmente tocados", dice uno de ellos. "A algunos han llegado a llamarnos corruptos por la calle, y a eso no hay derecho", se queja otro.

"Con poca vitalidad"

"El militante socialista padece una fuerte desazón, que es un mal que no afecta al cuerpo ni a la mente, sino al alma", sugiere el diputado catalán Germà Bel. "No es extraño que seamos, ahora mismo, un organismo con poca vitalidad y, visto desde fuera, poco acogedor", añade Bel.

Unos dicen que la vida interna del partido ha decaído. Otros opinan que no ha decaído, pero que se ha hecho estéril. "Seguimos trabajando, seguimos organizando debates y conferencias, seguimos activos en el barrio", se defiende Santín, el secretario de Moncloa. "Pero si ese esfuerzo no se organiza y no encaja dentro de una política general, no sirve para nada. Nos urge", afirma, "una dirección que nos cohesione, que nos discipline, que dé sentido político a lo que hacemos".

"Sí, estamos cansados. Y, sí, hemos perdido de vista la realidad española", suspira uno de los rostros más conocidos del PSOE. "Han pasado 20 años", reflexiona, "y nosotros no hemos querido darnos cuenta de que engordábamos, perdíamos reflejos, nos acostumbrábamos al poder y perdíamos la humildad necesaria para escuchar". Y algo más: "A fuerza de derrotas, en cambio, el PP sí aprendió a ser humilde y a escuchar".

Los ejemplos de Alemania y del Reino Unido son invocados una y otra vez. Margaret Thatcher venció por los pelos en 1979, y aquella dulce derrota del laborismo acabó siendo un tormento de 16 años en la oposición, amenizados con sucesivas crisis y rematados por una refundación. Algo similar sucedió en Alemania durante la era Kohl y el exilio interior del SPD. En el PSOE se considera que las cosas pueden aún empeorar.

"No debemos refugiarnos en el fácil consuelo de tener todavía muchos votos, casi ocho millones, porque el simple paso del tiempo y la falta de alternativa puede hacer que sean muchos menos", advierte Borrell.

"Corremos el riesgo de quedar reducidos a ser un partido más dentro del sistema español de partidos, pero sin opción alguna para gobernar", opina a su vez Fernández Marugán.

En la gestora, donde el catastrofismo está prohibido y donde todo se expresa en términos positivos, se reconoce que la situación es "muy grave, y seguir cometiendo errores podría dejar al PSOE fuera de combate por muchísimos años". "Si nos dejamos llevar por la inercia, aflorará nuestra histórica vena ácrata y nos dedicaremos a ajustarnos las cuentas unos a otros. Hay que evitar eso", dice el miembro de la gestora, "a toda costa".

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