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La España de centro JOAN SUBIRATS

Joan Subirats

No hay duda. Los ciudadanos que acudieron a las urnas el pasado domingo se inclinaron de forma claramente mayoritaria por una opción que presentaba un programa con dos elementos centrales. "El compromiso del centro"; "Vamos a más". Estamos pues instalados, para los próximos cuatro años como mínimo, en la España del centro que va a más. Los partidos de la izquierda insistieron en la campaña en que el dilema estaba entre la derecha y la izquierda. Los partidos nacionalistas pusieron de relieve el talante españolista de la formación popular y su mal disimulado centralismo. Desde mi punto de vista, y más allá de las anécdotas de la campaña o los resultados concretos, ni la izquierda ni los nacionalistas entendieron demasiado bien con qué se enfrentaban. El Partido Popular ha forjado en estos cuatro años de gobierno una forma de plantear su mensaje que aparentemente poco tiene que ver con las coordenadas de la acción política en la España democrática que han ido situando los dilemas en los ejes izquierda-derecha y nacionalismo español versus plurinacionalidad. El Partido Popular se ha comprometido con el centro, se ha comprometido precisamente con esa gran parte de los españoles que no quiere saber nada de ese tipo de dilemas, con esos españoles que, si me apuran, no quieren saber nada de política. Después de cuatro años de prueba, los populares ya no asustan a nadie, al contrario, ofrecen sensación de confort y ofrecen menos impuestos en un país poco acostumbrado a pagarlos. ¿Quién da más?Un gran núcleo de los actuales votantes se educó en la despolitización, se educó en la desconfianza hacia las ideologías. Se educó en la desconfianza hacia lo exterior. Se educó en la precariedad económica y prefiere desarrollo a cualquier otro valor posmaterial. Se educó en la ideología del orden y de la autoridad. Se educó en la idea de que España era lo único importante. Se educó en el "no te metas en política". Aznar, después de la desilusión de la frágil politización de la transición y después de la terrible confirmación de que "todos son iguales" versión PSOE, les da lo que quieren: España, Constitución, orden, trabajo y bienestar. A esa política de la no política la llaman centro. Y para ello, los contenidos programáticos se aligeran, se descafeínan. Nada debe desentonar. Nada debe llamar demasiado la atención. Nada debe hacer suponer que estamos en un momento especialmente agitado de la evolución de la humanidad en la que nadie está ya seguro de nada. Las transformaciones de la economía y del mercado han democratizado el riesgo. Se ha ido rompiendo la estructura de clases sociales en las que la gente se encuadraba desde que nacía. Tampoco la formación o el estatus protege totalmente de los riesgos. Y en la búsqueda de la seguridad y en el lenguaje del dinero es donde el Partido Popular encuentra su gran espacio, colocando a contrapié a una izquierda que se ha quedado sin el sólido marco de los valores ilustrados e industrialistas, y que no se atreve o no sabe buscar nuevas vías, para, desde abajo y con la gente, reconstruir la política. Y en ese marco, tampoco los nacionalistas han logrado demostrar a la gente que el futuro poco tiene que ver con la idea de los Estado-nación, y muchas veces aparecen sólo como aquellos que buscan su propio Estado en un mundo que se caracteriza por sus cada vez mayores interdependencias cruzadas.

Es evidente que tras ese programa envoltorio, el llamado "compromiso del centro" del PP, no hay otra cosa que un programa liberalconservador, un programa que trata de situar la desigualdad en el campo puramente individual. La España del centro del PP es una España de winners y loosers. Los populares nos prometen ir a más. Insinúan que todos podemos llegar a ser winners. Pero, si no lo logramos, nos reconfortan con la idea de que siempre tendremos una "segunda oportunidad". ¿Tendrán los loosers del domingo día 12 una segunda oportunidad? La izquierda deberá cambiar mensajes y portavoces. Los mensajes deberían ser capaces de reconstruir la política. Planteando de manera renovada los valores de la igualdad, la solidaridad y la cohesión social. Espacio para ello hay de sobras. Se notaba en la cara de los que buscaban las mesas de la consulta sobre la deuda externa. Palpita en los más de medio millón de votos en blanco o nulos. Se vislumbra en muchos de los centenares de miles y miles que prefirieron no votar. Pero no puede hacerse precipitadamente ni es tampoco un problema de encontrar un lince blanco que nos sirva de nuevo líder carismático. La nueva política debería aceptar ser menos segura, más dubitativa, menos dependiente de liderazgos personalistas, más curiosa, más capaz de aprender de los errores. Dispuesta a buscar otra distribución de poder, una arquitectura diferente de las instituciones o un desarrollo tecnológico y un equilibrio con la naturaleza de raíz distinta. Y esa izquierda sólo podrá avanzar si se da cuenta de que España ya no tiene futuro fuera de un modelo plurinacional, si logra entenderse con esa nueva izquierda nacionalista que surge aquí y allá. No será fácil. Aznar y el PP juegan con la ventaja de la simplicidad, con la ventaja de representar una visión remozada y democrática del tradicional conservadurismo autoritario español que ha gobernado casi siempre. Pero, ése es hoy el reto.

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