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CICLISMO Tour

Olano abre las hostilidades

La actuación del ONCE fractura el pelotón y deja en la cuneta a Zülle, Gotti y Boogerd

Luis Gómez

El estonio Kirsipuu es el nuevo líder gracias a la recaudación de los segundos que necesitaba en las metas volantes, el belga Steels ganó la etapa y el italiano Cipollini apareció en escena sin la autoridad de otras veces. La contabilidad oficial de la jornada queda en un segundo plano ante el suceso principal, la eliminación virtual de tres de los aspirantes, Zülle, Gotti y Boogerd, desplazados a seis minutos de sus rivales. Para la colonia española, la jornada resultó mayoritariamente rentable. Olano abrió las primeras hostilidades de este Tour y el destino hizo el resto: tanto Escartín como Casero estaban donde tenían que estar. Y lo que fue bueno para ONCE, Kelme y Vitalicio, se convirtió en todo un desastre para Banesto, el gran perdedor de la tarde. Banesto se dejó todas sus ilusiones en el pasaje del Gois, un camino de cuatro kilómetros oculto bajo el mar por efecto de la marea durante 18 de las 24 horas del día por estas fechas. El Tour se puso serio gracias a una exhibición del ONCE. Puede parecer inoportuno, puede resultar antipático, puede hasta considerarse poco ético: unos corredores caen al suelo y otros aprovechan para atacar. No hay concesiones, no es norma de conducta esperar a que los desplazados se reintegren. Es la ley de la carrera ciclista, de cualquier carrera ciclista. El pasaje del Gois era una trampa para todos, un obstáculo evidente, objeto de utilización estratégica. Un camino adoquinado y resbaladizo, un trayecto tan bello para el paseo como peligroso para un pelotón que se juega el Tour. Situado en el kilómetro 82 de carrera, casi en su ecuador, era una invitación para el conflicto. La estrechez del camino impedía las labores de auxilio y el paso de los automóviles entre el pelotón. Cuatro kilómetros convertidos en una pista de patinaje y el pelotón a solas.

Las primeras caídas desorganizaron la hilera de corredores. El caos convertido en argumento para la estrategia. Cada cual conoce la respuesta como un acto reflejo, huir hacia adelante a toda máquina, sin mirar atrás, identificar a la mayor gente posible alrededor y esperar noticias. En medio del aparente desastre, Cipollini concentró a los supervivientes en el primer grupo a la espera de acontecimientos. Cabían dos posibilidades según el manual: que la gente se fuera reintegrando o que se produjera una coincidencia de intereses que propiciara una fractura del pelotón. Fue entonces cuando apareció el equipo ONCE como el séptimo de caballería, en perfecta formación, rostros decididos, mandíbulas afiladas, marcha ligera y toque de corneta, a imagen y semejanza de los sueños adolescentes de Manolo Saiz: la ONCE al ataque y Manolo radiando instrucciones en frecuencia altisonante desde el estado mayor móvil. En ese momento, el ONCE despejó las dudas y, de paso, fijó el curso de los acontecimientos: o estabas con ellos o contra ellos.

Pasaron los minutos, y la intensidad de su empeño fue convirtiendo a los indecisos, sumando adhesiones a la causa, al tiempo que se aclaraban las noticias. Del lado bueno estaban Armstrong y lo más granado de su equipo, estaba Tonkov, estaba Vinokurov, Virenque, Julich y sus Cofidis, estaban todos los velocistas, desde Cipollini hasta Zabel pasando por Kirsipuu y Steels. También Escartín y Casero, aunque con pocos efectivos. Estaban todos menos el suizo Zülle, el italiano Gotti y el holandés Boogerd, con la particularidad de que Gotti tenía a Virenque delante, por lo que no podía disponer de todo su equipo. A efectos contables, la situación beneficiaba al primer grupo, con 74 hombres disponibles, frente a 51 de un segundo grupo en el que podían trabajar no más de 20 (el resto pertenecía a equipos con elementos en el grupo atacante). Más atrás, otros 50 ya definitivamente descartados desertaban del esfuerzo.

Con esos números, el ONCE impuso las condiciones de un acuerdo que interesaba a muchos y puso en marcha la ofensiva con cerca de 90 kilómetros por delante. Para negociar algunos detalles estaba en primera línea el propio Abraham Olano, que ejerció de jefe del pelotón y abrió conversaciones con Armstrong y con Julich, entre otros. No vale la pena enturbiar la operación con interpretaciones miserables sobre el ONCE y el Banesto, ayer enfrentados sobre la carretera. No había venganzas de por medio, ni satisfacciones a cuenta de pasados agravios. Olano actuó como debe hacerlo un serio aspirante, aun consciente de que, en su maniobra, se beneficiaban tanto él como otros que hoy volverán a ser sus enemigos. Para Olano, dejar en la cuneta a Zülle, Gotti y Boogerd era un beneficio fuera de toda duda y de toda sospecha.

En puridad, la etapa se transformó en una contrarreloj por equipos un tanto desigual, con la derrota segura para Banesto si no lograba enlazar en los primeros kilómetros. Tuvieron el objetivo a la vista durante algún tiempo, según una diferencia que llegó a ser de 23 segundos, pero por delante había más medios para echar corredores a la caldera. Esa persecución angustiosa para unos y correosa para otros tiene sus números: el pelotón de cabeza hizo los últimos 90 kilómetros a una media de 51 por hora, por 48 sus perseguidores, muestra inequívoca del carácter que tuvo la jornada y del desgaste.

Llegados a la meta, se hizo visible el derrumbe de los damnificados. El Tour ya no cuenta con ellos, salvo para certificar alguna resurrección. El pasaje de Gois, esos cuatro kilómetros que duermen ya bajo el agua del mar, cierran el primer capítulo de este Tour. Una trampa en el camino, un obstáculo en la hoja de ruta, una invitación a la batalla, un ejemplo más de lo aparentemente sencillo que es perder el Tour en una tarde.

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