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Madurez

J. J. PÉREZ BENLLOCH La proclamación de las candidaturas para las elecciones municipales y autonómicas es un asunto de indudable interés político que suele movilizar ritualmente opiniones, animar tertulias y dar pábulo a comentarios periodísticos encontrados. En esta ocasión se ha cumplido asimismo el trámite, pero tengo la impresión de que se ha escrito y disputado apenas sobre todo ello. Quizá se trate de un signo expresivo de la madurez democrática que se va condensando, acaso sea el corolario justo a la inanidad de los personajes elegibles que se nos proponen o bien pudiera haber ocurrido que este episodio partidario ha sido desplazado por noticias y acontecimientos de mucho más relieve. En realidad, todas estas causas -y otras que podrían aducirse- son compatibles y explicativas de la ligera expectación que ha provocado la presentación en sociedad de los diputados y ediles que nos tocarán en suerte. En estas circunstancias, los cabezas de lista y sus partidos tendrán que esforzarse para abrirse un hueco entre los acontecimientos que fluyen. Pensemos en Kosovo, por ejemplo. Hacía mucho tiempo que no se hablaba con tanta vehemencia en torno a un episodio bélico. No sabría recordar un trance en el que la izquierda -digamos sociológica- estuviese tan aturdida y escindida. Por inercia y principios no puede declararse otanista, por sensatez es implacable con Milosevic y, cumplidas ambas condenas, no sabe qué remedio proponer a la barbarie serbia y el genocidio kosovar. Cenáculos y tertulias hierven como en los años olvidados mientras se le buscan los tres pies al gato. El novelista Ferrán Torrent a punto estuvo de ser tildado de neoimperialista por ser reticente a suscribir un manifiesto de angelical ambigüedad. "Yo estoy con la OTAN", dijo, si bien sobrevivió. Pensemos, asimismo, en el tantarantán que el Gobierno acaba de sacudirle a ciertos fedatarios públicos y compañías eléctricas para impedir que la inflación se desboque. ¿Por qué se ha esperado a reducir estas tarifas?, se pregunta el personal, no faltando quien completa la cuestión inquiriendo por qué no se liberaliza de una vez por todas la sacramental y bunquerizada orden de notarios, registradores y asimilados. Y por este hilo se llega dialécticamente al ovillo mental que padecieron los socialistas, que ni siquiera se plantearon retocar las tarifas y, mucho menos, desmantelar estos poderes fácticos, inflacionarios y anacrónicos. Confiemos en que una directriz comunitaria de Bruselas decrete su san Martín. Y, claro está, la televisión autonómica y su déficit no podía faltar en este aluvión de amenidades noticiosas. ¿Han de privatizarse los medios de titularidad pública, que al fin tan sólo son de provecho gubernamental? Los progres, y no sin controversia, parecen haber llegado a una conclusión. Siendo así que todas las televisiones son parejas por su contenido, consérvense únicamente las que cumplen un cometido lingüístico, emitan en esa lengua y sólo en esa, tuteladas por una corporación independiente de la Administración. De lo dicho se desprende que la atención del vecindario más sensibilizado es renuente a parlotear sobre la fallera mayor que engalana una lista, los navajazos que han decantado la otra, el desmán que precedió a la que lidera Asunción o el desamparo habitual de las restantes. El país madura, obviamente.

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