Cuando Roma habla, hay que callarse
Cuando Roma habla, hay que callarse. Medio siglo de cambios no han minado la autoridad del Papa. Roma dixit. Magníficamente narrados por los documentales de la BBC que emite Documanía (Canal Satélite Digital, los jueves, 22.00), los años que van desde la muerte de Pío XII en 1958 hasta hoy (cuatro papas y un concilio) tienen una importancia extraordinaria para una institución tan rígida y conservadora como la Iglesia. Son los años de los cambios radicales en las formas (suprimido el latín y la misa de espaldas a los fieles, fuera pompas y vanidades más aparentes, basta de sotanas), pero también de importantes aperturas doctrinales. Pero son años, además, de grandes decepciones.El espectador queda marcado ante la imagen martirial del obispo Romero, "herido" por la frialdad con que le trató Juan Pablo II meses antes de ser asesinado por el ejército de El Salvador (su dolor lo confesó el obispo Romero al cardenal Cassidy, en Roma, y Cassidy lo cuenta candorosamente: "Vi a mi amigo dolido y tan herido... Me dijo cuánto amaba a la Iglesia y que no había encontrado comprensión ni amor en Roma").
Dedo acusador
Es éste, el tercero, el capítulo más desolador. La muerte de Romero mientras predica contra la violencia de los poderosos ("En nombre de Dios les suplico, les ruego, les ordeno: cesen la represión"); los 30 muertos que produjeron los paramilitares en el funeral ("Ni siquiera en su muerte los poderes de este mundo dejaron a Romero en paz", nos dice el jesuita Jon Sobrino); la masacre que costó la vida al jesuita Ignacio Ellacuría; el gesto inmisericorde de Juan Pablo II, con su dedo acusador sobre la cabeza del poeta sandinista Ernesto Cardenal, arrodillado ante el Papa, pero que se pone en pie para acallar la reprimenda, en un gesto que no se sabe si fue de rebeldía o de cansancio; y la rabia de los teólogos de la liberación llamados a Roma para callarles la boca.Los reporteros de la BBC entrevistan al cardenal Ratzinger, el todopoderoso presidente de la Congregación Sagrada para la Doctrina de la Fe, heredera del infame Santo Oficio de la Inquisición. Aparecen el teólogo Hans Küng, el arzobispo brasileño de Recife, Herder Cámara, y, sobre todo, del franciscano Leonardo Boff, que cuenta cómo llegó al aeropuerto de Roma, llamado con urgencia a capítulo, lo metieron a empujones en un taxi, le llevaron ante Ratzinger por pasillos y salones imponentes, y en el despacho cardenalicio, el mismo en el que la Iglesia condenó a Galileo Galilei por decir que la tierra gira alrededor del sol, fue sometido a interrogatorio, y castigado. "Parecía un juicio. Dio por sentado que una comunidad cristiana de base era una célula comunista". El espectador saca la impresión de un Ratzinger engreído, prepotentey poco caritativo, como un obispo Elipando de Toledo irritado ante los famosos (y cultísimos) Comentarios del Apocalipsis de Beato de Liébana. "¿Cuándo se ha oído que los de Liébana vayan a enseñar a los de Toledo?", clamaba el bueno de Elipando. Pues así Ratzinger contra los sacrificados teólogos de la liberación.
Pero no todo es sombrío en este medio siglo de la Iglesia, narrado por la BBC. Antes de abrumarnos con la imagen de un Reagan que se asocia a Juan Pablo II como obsesos cazadores de comunistas en países donde el capitalismo regaba la tierra de muerte, dolor y miseria, aparece la gesto bondadoso de Juan XXII y el rastro de Pablo VI acudiendo en 1968 a Medellín a bendecir la asamblea en la que los obispos de la dolorida Latinoamerica rompen de raíz su tradicional alianza con los ricos y bendicen la Teología de la Liberación.
Son los años del Concilio Vaticano II (una revolución truncada por la muerte temprana de su promotor, Juan XXIII), los largos años del papado de Pablo VI, un intelectual hamletiano con grandes luces y algunas sombras, y del papado de uno de los pontífices más breves de la historia, el entrañable Juan Pablo I, que lo fue durante un mes escaso y sobre cuya muerte se ciernen toda clase de sospechas. Pero son, de manera muy profunda, los años y el largo reinado del primer papa no italiano desde el siglo XVI, Juan Pablo II, un polaco, un anticomunista obsesivo, un trabajador infatigable, un dramático vocacional y un proselitista intransigente.
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