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¿Es hora de replantearse la relación entre dopaje y deporte?

Los deportistas han despreciado siempre los intentos del deporte por regular el uso de fármacos, pero solían mantener la boca cerrada. La mayoría estaba resentida por el enorme poder que los controles daban a la administración, pero tenían demasiado miedo de que los cogieran o los castigaran, y no se atrevían a hablar a menos que estuviesen limpios como una patena, retirados o lesionados de por vida.Hasta la semana pasada, cuando los ciclistas interrumpieron brevemente el Tour de Francia en protesta por lo que ellos llamaron una caza de brujas, los deportistas nunca se habían alzado tan pública y descaradamente contra el control antidopaje.

Una de las reacciones ante la reducción de la marcha en los Alpes fue que los locos habían tomado el manicomio; otra, que la llamada revuelta de los deportistas había comenzado de nuevo después de haber estado 30 años cociéndose. Al día siguiente, la carrera prosiguió su curso, probablemente en tributo a los favores y acuerdos. Pero esa pequeña rebelión en la montaña puede haberse convertido ya en un histórico giro en la carretera. Los deportistas están expresando por fin un justificado malestar con un sistema caprichoso que, en estos días, calificados por el profesor John Hoberman de la Universidad de Texas como de "ideal terapéutico", parece estar sencillamente pasado de moda.

Si medicamentos como el Prozac y el Viagra pueden ser consumidos sin dar explicaciones por gente corriente que quiere mejorar su rendimiento en un mundo competitivo, ¿por qué no pueden los deportistas, ensalzados como modelos de "capacidad humana", ser autorizados, o más aún, ser animados a probar medicamentos que tomamos el resto de nosotros?

Los controles antidopaje no han sido justos -pocas figuras de renombre han caído-, y tampoco han sido un elemento disuasivo tan eficaz de cara a los admiradores como les hubiese gustado a los dos bandos. Los deportistas han estado de acuerdo en mantener la mentira, mientras ésta sirviera para evitar que los periodistas metieran la nariz en sus muestras. Además, los deportistas siempre le han sacado ventaja a la policía antidopaje.

Las recompensas por la victoria han aumentado vertiginosamente, y una red clandestina cada vez más extendida de farmacólogos ha elaborado en secreto sustancias demasiado nuevas para ser detectadas, además de agentes enmascaradores de los viejos fármacos. Este competitivo juego del gato y el ratón, arriesgado, caro e hipócrita, ha permitido a los atletas llegar hasta el límite, mientras la administración mantenía la apariencia de control.

Este juego comenzó a desenmarañarse en el Tour el pasado miércoles, cuando el pelotón de 140 corredores conoció los detalles de las redadas policiales efectuadas en los hoteles de los equipos, en las que se había analizado a la fuerza la orina, el pelo y la sangre de los corredores en busca de drogas. Los ciclistas redujeron la marcha, dejaron de competir y se arrancaron los dorsales, invalidando la etapa de ese día.

El jueves, con media docena de equipos fuera de la competición, 101 de los 198 corredores que tomaron la salida el 11 de Julio en Dublín se encontraban de nuevo rodando hacia París, y con ellos, 330 millones de pesetas en premios. Al parecer, la mejor droga para mejorar el rendimiento sigue siendo el dinero.

No obstante, se habían vuelto a destapar dos asuntos que van unidos, el del control y el del uso adecuado de medicamentos.

No se había visto una rebelión tan espectacular de los atletas contra la administración desde los años sesenta, cuando Tommy Smith y John Carlos usaron los juegos olímpicos como tribuna contra el racismo, o cuando Mohamed Alí utilizó el campeonato de pesos pesados como púlpito, y Billie Jean King encabezó el movimiento de todos los tenistas, a la larga de todos los deportistas, para salir de la tierra yerma del falso amateurismo.

Las escaramuzas normales del mundillo, entre las que se incluye el encierro de la National Basketball Association (NBA), también pueden encuadrarse dentro de este contexto. Las pruebas para detectar el uso de fármacos, tomados por puro placer o para aumentar el rendimiento (otra distinción poco clara) han sido siempre la manera más sutil y capciosa de imponer ese control.

Sin ir más lejos, el pasado lunes, dos atletas olímpicos norteamericanos, el velocista Dennis Mitchell y el campeón de lanzamiento de peso, Randy Barnes, fueron suspendidos por posibles delitos de dopaje.

El viernes, el contranálisis de Barnes dio también positivo, revelando el uso de un suplemento nutritivo prohibido, la androstenediona, una sustancia presente naturalmente en el cuerpo, que se encuentra en tiendas de alimentos naturales.

Sin embargo, puede que el incidente más significativo ocurriera hace cuatro años, cuando el corredor de maratón Alberto Salazar acabó una larga temporada sin ganar una sola carrera. Luego, con el antidepresivo Prozac, que estaba tomando legalmente como ayuda en los entrenamientos, ganó el ultramaratón Comrades de 90 kilómetros en Suráfrica.

Para el siempre provocativo Hoberman, que escribió Mortal engines: the science of performance and the dehumanization of sport (Máquinas mortales: la ciencia del rendimiento y la deshumanización en el deporte) en 1992, el medicamento escogido por Salazar "estableció una relación llamativa entre el dopaje en el deporte y el más amplio mundo de la farmacología que nos afecta a todos".

Hoberman espera que el "calvinismo farmacológico" sea cada vez más difícil de aplicar en el deporte, a medida que los fármacos se vayan "aburguesando". En concreto, opina que, en vista de que cada vez más hombres mayores -e incluso mujeres- usan testosterona para mejorar sus vidas, será imposible prohibir los fármacos para aumentar el rendimiento deportivo.

La auténtica cuestión que se planteará en el futuro será la legalización de los fármacos que traspasan la frontera artificial existente entre las sustancias terapéuticas y las que sirven para mejorar el rendimiento. Hoberman se imagina incluso a los corredores olímpicos en sus tacos de salida "con el logotipo de sus compañías farmacéuticas reluciendo al sol".

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