El adiós del catedrático
Noruega, un país de 4,4 millones de habitantes, que sin tradición futbolística ha llegado a octavos, es un caso digno de estudio, tan de estudio que su seleccionador, el científico Egil Olsen, da clases de fútbol en una universidad. Le llaman megalómano y egocéntrico, él se llama inventor y creador; le dicen que es demasiado cuadriculado, él, militante del Partido Comunista noruego, les responde con la dialéctica de los resultados y el sistema.Noruega no existía más que como pariente pobre escandinavo (sin la riqueza futbolística de Suecia o Dinamarca) hace siete años, cuando Olsen se hizo cargo del equipo. Llegaba desde la selección olímpica y llegaba con sus ideas y con su gente. Consciente de que su fuerza era el valor físico de sus jugadores (máquinas bien engrasadas con imaginación cero) cogió todo el fútbol que había visto, lo metió en un ordenador, lo cruzó con los datos de sus hombres y esperó que la máquina le diera una respuesta. La respuesta fue el sistema, la mejor forma de que se resolviera de forma positiva la relación física-falta de talento-victoria.
Ha sido criticado y caricaturizado por ello. La gente se ríe de la forma de jugar al pelotazo, le dice que para ese viaje no hacían falta alforjas, pero él esgrime los resultados y la ilusión del pueblo por un deporte que hasta hace poco figuraba detrás del balonmano y el esquí en la lista de preferencias.
La evolución es otra cosa: hace cuatro años, en el Mundial de Estados Unidos, cayeron 1-0 ante Italia, el mismo marcador de ayer.
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