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Ciclos políticos

JULIO SEOANE Al margen de simpatizar con tirios o con troyanos, Borrell significa una alternativa a la política existente y eso es un lujo que necesitan tener las sociedades democráticas actuales. Sin embargo, lo que se está perfilando en el futuro político es más el transcurso pausado de un ciclo que la inestabilidad de un terremoto electoral. Y eso no es malo. Lo que ocurrió resulta imperdonable, pero apunta hacia un ritmo de oposición más real. Es imperdonable porque cualquier experto, y existen demasiados, le habría dicho tres cosas básicas: que delante de las cámaras hay que saber controlarse, que los mensajes demasiado negativos son rechazados por las audiencias y que los discursos hay que llevarlos preparados como si fueran un guión cinematográfico, es decir, con un principio y un final. Si pasó lo que pasó es porque no hubo expertos, ni siquiera un equipo asesor, lo que resulta impensable, o porque hubo submarinos infiltrados. En los tiempos en que vivimos, intentar representar en las Cortes a Gary Cooper, solo ante el peligro, es arriesgarse a terminar conjugando verbos escatológicos con Burt Lancaster. Tampoco parece que los socialistas valencianos vayan a producir ningún terremoto político. Porque utilizar el impulso renovador de las primarias para negociar la estructura del parentesco es arriesgarse a la nada electoral. Una cosa es el proyecto apasionante y sugestivo de una democracia dialogante, analizada en sus virtudes y defectos no hace mucho en estas mismas páginas, y otra muy distinta es la confusión política donde no se sabe quién hace qué ni a quién se lo hace. No parece inútil recordar que el diálogo necesita una estructura ordenada, necesita formas, como la democracia, para que pueda ser compartido por todos. En definitiva, los socialistas valencianos también necesitan completar pausadamente su ciclo político para poder entrar en una nueva época. Sin embargo, aunque no es malo que todo siga su ritmo, que no existan rupturas ni terremotos, que los ciclos se completen dentro de cierta estabilidad, el problema radica en que todos lo entiendan así. Los populares pueden sentirse liberados de las tensiones y amenazas primarias, y actuar sin temor a los controles y censuras políticas, como está ocurriendo con los ensayos bélicos de la India. Porque lo que está ocurriendo en Doñana parece sólo el principio de una larga serie de torpezas ecológicas de graves consecuencias. Como también se hace el indio discutiendo la fecha de nacimiento del contagio de hepatitis, mientras los afectados y la sanidad valenciana asisten atónitos, de momento, al esperpento de su enfermedad. O se confunde el cargo con la confesión religiosa, como señala brillantemente Vicent Franch; o se amenaza con investigar todo para que no se sepa nada, como se está insinuando en estos días. El ciclo se puede romper, la inestabilidad puede surgir, si una de las partes se considera victoriosa y actúa sin control ni medida. También sería imperdonable que no lo supieran. De esta semana política queda claro que no se puede confundir renovación y originalidad con improvisación, porque se arriesga demasiado en la aventura. Y que nuestra política ya no produce grandes terremotos políticos, que necesita completar los ciclos para ajustarse a la sociedad. El resto es el otro debate, el debate del estado de los ciudadanos, que no es poco y que se olvida con demasiada frecuencia.

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