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El úItimo vuelo del Buitre

Emilio Butragueño anunció ayer en México su retirada del fútbol

Santiago Segurola

Dicen sus amigos que México le convenía al último Butragueño, el que ayer anunció su retirada del fútbol. Le convenía un equipo para disfrutar del fútbol sin grandes tensiones; le satisfacía su relajada vida en Celaya, una pequeña ciudad del altiplano donde todo le resultaba agradable: el aprecio de la gente, una tranquila vida familiar, el ocio para leer, practicar el golf sin demasiada pericia y atender a alguna de sus aficiones. Con la parabólica orientada hacia Estados Unidos, Butragueño ha seguido con una pasión juvenil el desarrollo de la NBA durante los tres últimos años. Desde aquella célebre serie final entre los Sixers de Filadelfia y los Lakers de Los Ángeles en 1983, Butragueño no ha ocultado su fascinación por el baloncesto estadounidense. Tanto que en sus primeros años en el Madrid acostumbraba a saludar a los novatos con un "¿cuánto mides?, ¿cuánto pesas?" que revelaba una cierta insatisfacción con su físico liviano.Ha sido una discreta historia crespuscular. Abandonó el Madrid en 1995, con 31 años y el título de Liga que menos le entusiasmó. Jugó poco aquella temporada, limitado por su decadencia física y por la irrupción de Raúl. Nadie le escuchó una queja, ni cayó en el victimismo habitual de los veteranos, ni apeló al mito del Buitre. Se despidió de su estadio y de su vieja camiseta el 15 de junio de 1995, aclamado por la afición que coreó su nombre como en los viejos tiempos. "¡Buitre, buitre, buitre!". Como en su noche más gloriosa, frente al Anderlecht, en la primera de las célebres proezas del Madrid en la Copa de la UEFA. Aquel día se: escuchó por primera vez el "¡buitre, buitre!" en Chamartín, y el chico no sabía qué hacer, cómo responder a la estima de los hinchas, siempre tan ceremonioso Butragueño.

Se consolidó el mito aquel día, pero la cosa venía de lejos, Julio César Iglesias le bautizó Buitre en 1983, antes de disputar su primer partido en Primera División. "Grande, el entrenador local, sacó a un extraño chico dotado de una tosca figura de repartidor. Tenía la espalda recta, las piernas robustas y cortas, y los brazos, largos y pendulares. Por si fuera poco estaba rematado por una cabecita poliédrica cuyo punto de fuga era una nariz triangular. Como contrapartida, no tenía un pelo de tonto; alguien, seguramente un aprendiz, le había rapado al cero. Aquél tipo se llamaba Emilio Butragueño". Nació el Buitre y nació La quinta, así que Butragueño tuvo que cargar con un doble peso. El de su mito y el que se creó alrededor de una generación irrepetible. Sobre su capacidad de liderazgo existen dudas razonables, pero sobre su talento todo son certezas, por mucho que su figura fuera inmerecidamente discutida. Es necesario evitar los prejuicios para analizar a los grandes jugadores. Parecía un jugador de barrio aunque en realidad era un jugador de dormitorio. En el imposible espacio de 12 metros cuadrados practicaba el arte de la pared con un amigo. Allí se generaron los recursos de un delantero que estaba fuera de catálogo. Se movía como nadie en los reductos más pequeños, siempre con un ingenio impredecible para los defensas. Utilizaba su arrancada -porque nunca tuvo demasiada velocidad- como arma disuasoria. Más que nada, manejaba los tiempos: se detenía en el área -justo donde nadie se detiene- y producía un efecto fascinante sobre los defensas, víctimas de un extraño hipnotismo. Luego llegaban las paredes, los goles -123 en la Liga, 26 en la selección-, los desmarques, las llegadas por el primer o el segundo palo, su capacidad para jugar al primer toque, la astucia, la facilidad para asociarse con Michel y Hugo Sánchez, su habilidad para ganar partidos -un ejemplo: marcó más goles en Europa que Hugo Sánchez- su capacidad para disimular sus limitaciones físicas y alguna técnica: golpeaba mal el balón. Pero la suma de sus cualidades era deslumbrante. Qué tiempos aquellos del Buitre. Y qué divertido era el fútbol con él.

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