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Historia de un desamor

Romario fracasa en el Valencia tras costarle al club unas 340.000 pesetas por minuto de juego

Por cada minuto de Liga que disputó con el Valencia, Romario se embolsó cerca de 340.000 pesetas. El delantero brasileño, a punto de abandonar el club de Mestalla, llegó a ganar en 60 segundos de juego poco menos que un catedrático de Universidad en un mes. Claro que, para llegar hasta ahí, Romario no necesitó leer ni un solo libro, puesto que los libros,según confesó, le producen dolor de cabeza.En los inicios de las dos últimas campañas, Romario ha disputado 948 minutos de Liga en 11 partidos y ha marcado cinco goles. Ya que su salario por temporada es de - 450 millones de pesetas libres. de impuestos y ha permanecido en Valencia nueve meses, sus minutos de juego salen a precio de oro.

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El fugaz paso de Romario por Mestalla ha convulsionado al Valencia. Directa o indirectamente, su influencia ha sido determinante. Lo fue en las marcha de Luis Aragonés, que se enfrentó al presidente del club, Francisco Roig, por oponerse al fichaje del delantero; lo fue en el despido de Jorge Valdano, que montó un equipo en torno a Romario, pero éste se lesionó en pretemporada; y probablemente lo será en el abandono del propio Roig, que ligó tanto su futuro al de este pequeño dios del fútbol que, con el fracaso del brasileño, el público ha empezado a exigir la salida al presidente. Ayer, Roig, que alcanzó en su día la presidencia propulsado por la fama que le dio el intento frustado de contratar a Romario, consumó su ruptura con el delantero. "Si él quiere ser feliz (en alusión a Romario), tendrá que comprar la perdiz para serlo. Y no nos va a hacer lo mismo del año pasado con su amigo Kleber Leite (presidente del Flamengo). El Valencia también quiere ser feliz", dijo Roig.

No hay que engañarse, Romario recaló hace dos años en el Valencia por dos razones: la obsesión de Roig y la fortuna que se le ofrecía, de otro modo no hubiera abandonado su adorado Río, donde jugaba con el Flamengo. Dicho esto, el delantero se topó en el camino con dos entrenadores que odiaron su indolencia (Aragonés y Ranieri) y con un uno que amaba su genialidad (Valdano).

Romario en Mestalla sólo vivió unas semanas de felicidad, las que compartió con Valdano el pasado mes de agosto. El público se volvía loco con sus goles de depredador, pero entonces se cruzó el destino: una lesión de abductores en una estúpida chilena en un amistoso ante el Flamengo (¡qué casualidad¡) terminaría por echar de Mestalla al técnico y al delantero. Meses después, Romario desafiaría en el vestuario a su nuevo entrenador, Claudio Ranieri, y desvelaría que las noches del trofeo Naranja, en las que se produjo la lesión, había salido de fiesta hasta altas horas de la madrugada.

Romario quiso trasladar a Valencia su forma de vida de Río. El futvoley lo encontró en la playa de Cullera (ante la irritación de Aragonés) y los pubs los pateó en la ciudad de Valencia: en verano prefería los bares tropicales de la Malvarosa, junto al mar; y en otoño se desplazaba a los locales Juan Llorens. Acompañado de su corte de amigos y asesores, Romario descubrió la ciudad con una furgoneta de cristales ahumados y conoció Valencia más de noche que de día. La pasada campaña se alquiló un lujoso chalet en la montaña, pero en esta ocasión no se tomó tanta molestia: se instaló en un céntrico hotel y desde allí planeó sus salidas nocturnas.

En el vestuario, a Romario no se le conocen amigos: en las cuatro salidas que hizo con el equipo siempre anduvo a su aire y exigió dormir solo en la habitación. Además, cuando el goleador reclamó a Ranieri sus derechos nocturnos, lanzó un comentario despectivo sobre sus compañeros, aunque luego se disculpó ante la mirada inquisitiva de Zubizarreta. Como hizo en su día en el Barcelona, Romario no dijo adiós a sus compañeros porque tampoco les había dicho hola. En cierta ocasión, Romario pidió Coca-Cola en una concentración y Aragonés montó en cólera ante lo que consideró un capricho. Otro día se le pegaron las sábanas y llegó más de una hora tarde al entrenamiento; y en una tercera ocasión el goleador alegó faringitis para no viajar a Vigo y se pasó toda la noche de fiesta. Su profundo egoísmo abrió boquetes en el vestuario, pero sólo su escaso rendimiento acabó por convencer a Roig de que el idilio estaba roto.

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