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Espionaje de penuria

Archivos del MI5 desmitifican las operaciones de los pioneros del servicio secreto británico

Antes de que los británicos inventaran a James Bond, los espías al servicio de la corona llevaban una vida ciertamente menos boyante y despabilada que aquella existencia ficticia y rocambolesca inmortalizada por lan Fleming y Sean Connery, el agente 007. Para comenzar, no había coches superveloces, lapiceros mortíferos ni, y esto está documentado, cómplices o rivales despampanantes. Los servicios de espionaje británico, a juzgar por los archivos secretos sobre la génesis del legendario MI5, funcionaban con un sistema rudimentario, y uno de sus enigmas, la tinta invisible, era simple y llanamente jugo de limón o, en algunos casos, orín, hablando de trucos que se aprenden en cualquier escuela primaria.

Un decreto del Gobierno británico ha corrido el tupido cortinaje de los servicios secretos desde su fundación, en 1909, hasta 1919, es decir, pasando por los albores y desarrollo de la Primera Guerra Mundial. Si existe un tema de conversación en Londres estos días, aparte de la controversia de fórmula 1 que afecta al actual Gobierno laborista, se entiende, es aquel de la singular apertura a los archivos de los precursores de James Bond y del rudimentario, inexacto y hasta risible método de espionaje de los británicos y los intentos alemanes. Gracias a esa política de transparencia, ahora se sabe, por ejemplo, que el espía alemán Anton Kuepferle, condenado a muerte hace 80 años, utilizaba ácido cítrico natural -limón u orín- pata mandar despachos supersecretos a los coroneles del Kaiser. Cartas y postales de apariencia inocua que supuestamente contenían información vital para la seguridad del Reino Unido. El descubrimiento de semejante recurso fue hecho gracias al uso de una plancha: con un poco de calor cerca del papel, la tinta invisible perdía todo su carácter clandestino. Los archivos puestos ahora a disposición del público -y que, naturalmente, pronto estarán a la venta en CDROM- demuestran que las autoridades de la época consideraron "demasiado peligroso" para la seguridad nacional de entonces revelar secretos como el uso del jugo de limón. Los mismos documentos plantean serios interrogantes acerca de las habilidades de mujeres en función de espionaje. "Efectivas pero nada confiables", dice un documento amarillento bajo el enorme rótulo de Top Secret en caligrafía de la época.

Corrían los días en que los británicos sospechaban de la existencia de una enorme red de espías alemanes infiltrados en varios aspectos de la vida de Londres. El escritor Philip Knightley, uno de los principales expertos en cuestiones de espionaje y autor del best-séller La segunda profesión más antigua del mundo, se preguntaba anoche en una entrevista con EL PAÍS cuál era el propósito de semejante ejercicio de apertura por parte del Gobierno. Y cuestionaba la veracidad de los archivos hoy al alcance de todos afirmando que la labor de espías y servicios de contraespionaje bien pudo ser una patraña que se acomodaba a los intereses políticos de la época. "El ejercicio es una pérdida de tiempo", dijo Knightley. "Lo que habría que saber es qué es lo que están haciendo hoy. Los informes que, se han abierto están repletos de detalles triviales. Se basan en informaciones que nacen de aquel rumor de que en un tiempo hubo 5.000 espías alemanes en Inglaterra. Al final de la Primera Guerra Mundial se conocieron los nombres de 21 espías alemanes y, curiosamente, sólo a uno se le condenó a muerte".

Los archivos del MI5 señalan, entre otras cosas, aspectos tan obvios de las operaciones de la tarea de los espías alemanes que suenan cómicos. Entre los "descubrimientos" del MI5 en sus primeros días, figuran instrucciones alemanas para, en el mejor estilo de las operetas, contratar a peluqueros, camareros y "gente dispuesta a traicionar a su patria a cambio de dinero". Previsiblemente, los archivos abiertos al público son parciales. La verdad completa, como siempre en estos casos, jamás será conocida. Pero los detalles disponibles hoy pertenecen más al terreno del anecdotario que al de la investigación histórica. El capitán Vernon Kell -conocido sólo como K en su época de jefe y pionero del MI5- contaba sólo con tres lugartenientes y unas cuantas secretarias. ¿Su más confiable red de informadores?: agentes de la sección especial de Scotland Yard y 34 boy scouts.

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