El ingeniero del BCH
El consejo del Central Hispano nombra hoy vicepresidente a Ángel Corcóstegui
Iba para ingeniero de Caminos y por ello, nada más acabar el bachillerato con los jesuitas, se trasladó a estudiar desde su Bilbao natal a la escuela superior de Santander, una de las más duras y prestigiosas del país. Y se hizo ingeniero con media de sobresaliente. Pero su futuro se abrió por otros derroteros. Poco después de acabar la carrera se marchó a Estados Unidos donde se introduce de lleno en la economía como alumno de la Wharton Business School, la catedral de las finanzas, en donde llegó a ser profesor. Siete años estuvo en el país norteamericano y, además de trabajar en el Chase Manhattan y en el Banco Mundial, representó al grupo Fierro.Hizo lo suficiente para que un cazacabezas muy especial le tentara. Pedro Toledo, a la sazón presidente del Banco Vizcaya, fue el que determinó que aquel muchacho se olvidara de los caminos, canales y puertos definitivamente. Toledo le conocía desde 1980 y conocía a su familia de Bilbao, en la que Ángel Corcóstegui era un rara avis. Seis generaciones de oftalmólogos les contemplan y sus dos hermanos lo son. La buena vista en los negocios le viene de familia.
Corría entonces el año 1987 y el que hoy será nombrado vicepresidente del Banco Central Hispano a propuesta del presidente, José Maria Amusátegui, tenía 36 años. Toledo, que acababa de ser nombrado presidente del Vizcaya, vio la oportunidad de incorporar al banco la actividad del mercado de capitales y bolsa que nada o casi nada se había desarrollado. Toledo, siempre muy influido por las novedades extranjeras, había encontrado el complemento ideal para atacar ese mercado.
Dificilmente podría imaginarse el nuevo fichaje que en muy poco tiempo iba a tener que enfrentarse a auténticos miuras. La primera prueba fue a finales de julio. Con las maletas de vacaciones preparadas, los responsables del Vizcaya se toparon -como otras entidades, principalmente el Banco Central- con que un grupo llamado KIO, dirigido en España por Javier de la Rosa (entonces conocido por su paso por la Banca Garriga y Nogués), había adquirido un paquete importante del banco. El día de Santiago (el 25 de julio) de aquel año, el consejo decidió elevar el nominal de las acciones para diluir la participación del grupo kuwaití, que optó por la retirada. La propuesta había sido tramada por un reducido grupo dirigido por Corcóstegui. Al poco tiempo, tuvo que defender la fortaleza del Vizcaya de una OPA que perseguía el control de las inmobiliarias (hoy Metrovacesa).
Fue el comienzo de una irresistible ascensión, que tuvo un punto álgido con motivo de la fusión entre el Vizcaya y el Bilbao, que daría lugar al BBV. No había cumplido un año en el banco y Toledo le nombró consejero director general, ocupando el lugar dejado por Francisco Luzón (pasó a presidir el Banco Exterior y el proyecto del que nacería Argentaria). Fue una decisión controvertida, quizá la primera, porque el Vizcaya quería consejeros ejecutivos; el Bilbao, no. Corcóstegui se convirtió en hombre de confianza del presidente para negociar la fusión. Un joven en el que Toledo veía una larga proyección y con el que compartía muchos secretos. Por un lado, estaban él y Toledo; por el otro, José Ángel Sánchez Asiaín y Luis Bastida.
La muerte de Pedro Toledo supuso un giro radical en el nuevo BBV. El grupo de los Vizcaya, que parecía que iba a ganar en la fusión, quedó huérfano. Se entra en los denominados años de la pacificación, en los que el nuevo presidente, Emilio Ybarra, juega un papel principal. Precisa mente, Corcóstegui gana la confianza de Ybarra, seguramente por la labor que hace primero en la integración informática y después con la incorporación al banco de inversores internacionales como General Electric -acaba de vender su participación-, Nippon Life y varios fondos.
Hubo un hecho determinante. Cuando la calma parecía reinar se produce la desbandada de Banesto. Más de una decena de altos ejecutivos del antiguo Vizcaya, con Alfredo Sáenz al frente, se incorporan al banco que acababa de adquirir el Santander derrotando en una subasta al BBV, que preveía quedarse con la entidad hundida durante los años de gestión de Mario Conde. De hecho, Ybarra había prestado a 16 directivos (casi todos ex Vizcaya) para su reflotamiento. Entre ellos no estaba Corcóstegui, al que Ybarra dejó a su lado. Se auedó solo.
Hasta que en la primavera de 1994, le llega una oferta para ser consejero delegado del BCH. Tuvo que recurrir a la vía diplomática para decir adiós a Ybarra y aceptar la apetitosa propuesta de Amusátegui, transmitida, con el respaldo del Banco de España, a través de Antonio Barrera de Irimo, consejero del BCH. En el BBV había tocado techo. En el BCH se abrían mejores perspectivas personales, a pesar de que necesitaba un urgente saneamiento.
Y Corcóstegui cogió su fusil. Con el respeto que le caracteriza llegó sin pisar fuerte. Pero sí firme. Dijo que iba a mantener el equipo ejecutivo y así ha sido. Ha tratado de llevarse bien con todos (los de dentro y los de la competencia) y lo ha conseguido. Llegó para sanear el banco y lo está logrando, aunque le haya valido el sobrenombre de Corcórtesgui.
Raramente levanta la voz. Quienes le conocen bien dicen que las coge al vuelo. Tiene un talante abierto, que le ayuda a hacer amigos. Un carácter que le va a ser muy útil para estrechar lazos con socios europeos, el reto que se ha impuesto ahora, en la etapa que comienza con su nombramiento como vicepresidente. Y desde ahí se podrá preparar para saltar a la presidencia cuando sea oportuno.
Es pragmático. Su despacho suele estar sumido en un sosiego que a veces sobresalta. "Cuando sales de allí, parece que estás flotando", dice uno de sus colaboradores más fogosos. Cuando el banco se lo permite hace sus pinitos en el golf o se refugia en su retiro cántabro con su mujer y sus dos hijos.
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