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El estofado

Luis Carandell, que está escribiendo una colección de recuerdos, cuenta en un pasaje que su abuela materna, un prodigio de cocinera, nunca aceptaba que se le atribuyera mérito alguno por el resultado de un buen plato. Servía un guisado a la familia, y cuando todos empezaban con las mil alabanzas, ella, sin sentirse aludida, comentaba: "El estofado es que es muy bueno". No era su mano la que hacía tan sabroso el guiso, sino que el condimento por sí y de antemano era exquisito. Eso pensaba ella, y ratificaba de esta forma lo extraordinaria cocinera que efectivamente era.Nunca he conocido a un artista de cuerpo entero que se haya creído el amo, absoluto de su obra ni que haya experimentado, por tanto, la vanidad de que la obra la hubiera cocinado sin heredadas recetas. La Feria del Libro que ahora se celebra en Madrid puede parecer una feria también de las vanidades. Los escritores de éxito segregan una cola de gentes como una cauda pegada a su figura, y en tanto la cola crece y se va ondulando, puede dar la sensación de que el autor se complace voluptuosamente con sus dotes. A quien esto le ocurre no es nunca un verdadero escritor. Si la feria sirve. al autor, es más para conocer su déficit que su superávit, su papel de servidor de platos antes que de ser divino. Mientras uno escribe y no tiene al público como espejo, puede creerse lo que sea, pero con el público delante, con sus equívocos, sus ropas, sus halagos, su buena inocencia, las cosas se ponen en su sitio. El autor no se ve diferente del lector y sabe que por encima de los dos se encuentra la bondad autónoma del guisado. Este estofado sólo es capaz de apropiárselo el estafador. El escritor de casta, al modo de la abuela de Carandell, reconoce su profesión como un oficio y atiende su tarea con esmero por la gran felicidad de hacer provecho.

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