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El continente de los niños perdidos

Durante años, el Gobierno australiano apartó de sus padres a los hijos de los nativos entregándolos en adopción a familias blancas

Hasta los cuatro años, Millicent, una mestiza aborigen, vivía como cualquier niña pequeña, con sus padres y sus seis hermanos, en el campamento de Geraldton, en el Estado occidental de Australia. Jugaba con los demás niños nativos en las colinas de arena y se sentía "parte de una gran familia feliz".Pero todo se acabó en 1949, cuando llegó el jefe del Departamento de Asuntos Aborígenes del Gobierno australiano al campamento de Millicent. Siguiendo los dictados de una política nacional de asimilación, el llamado protector la arrancó de su familia y la llevó a ser criada por gente blanca. La niña jamás volvió a ver a sus padres.

"Me dijeron que mi familia no me quería y que me tenía que olvidar de ellos", explica Millicent, ahora una mujer de 52 años. "Me dijeron que era degradante pertenecer a una familia aborigen y que debería estar avergonzada".

Desgraciadamente, Millicent no era la única niña que escuchó estas palabras de boca del Gobierno. Según un informe de la Comisión Australiana de Derechos Humanos hecho público ayer, desde finales del siglo pasado hasta los años sesenta, Australia llevó a cabo una práctica de genocidio que acabó con el traslado forzoso de decenas de miles de niños aborígenes. El informe, denominado Llevándolos a casa, de 700 páginas, detalla la letanía de abuso físico y sexual basada en una política de superioridad de la raza blanca que sufrió la llamada generación raptada durante más de ocho décadas y que hasta ayer no había recibido ningún reconocimiento por su asimilación forzosa.

Pocas horas después de que el informe se hicera público, el primer ministro australiano, John Howard, pidió perdón personalmente a los hijos de la generación raptada por la política de genocidio del Estado australiano en la apertura de un congreso sobre la reconciliación con los nativos.

"Siento el daño y el trauma que muchos sienten aquí, todavía hoy, como consecuencia de esas prácticas", reconoció el jefe del Gobierno, en referencia a los problemas a los que se enfrenta hoy la comunidad aborigen, entre ellos la desintegración de la familia, el abuso de drogas y alcohol y la violencia. Aunque Howard recibió un atronador aplauso por sus palabras, gran parte de los asistentes le dio la espalda en cuanto dijo que la historia de Australia desde la colonización no se trataba de "imperialismo, explotación y racismo".

Howard tampoco llegó a hacer oficial su gesto, como había pedido la Comisión de Derechos Humanos. El organismo exige un reconocimiento oficial en este sentido por parte de todos los parlamentos australianos, nacionales y estatales, así como de las iglesias, la policía y los grupos de asistencia social. También exige el pago de indemnizaciones y un servicio de rehabilitación para mitigar el dolor de los aborígenes y, de alguna manera, compensarlos por su sufrimiento.

Para la gente como Millicent, sin embargo, el informe y el perdón posterior de Howard sirven bien poco. Todavía se acuerda a diario de la pesadilla en la que se convirtió su vida con el traslado a una misión gubernamental. Allí le pegaban todos los días con una cuerda mojada. Después sería obligada a sujetar a otros niños que, desnudos, recibirían ese castigo. A todos les despertaban por la mañana con un aerosol insecticida que les echaban en el trasero.

Por si esto no fuera poco, durante unas vacaciones la mandaron a una finca donde fue violada. A pesar de denunciar los hechos -actitud que le costó una nueva paliza-, el Gobierno la devolvió a la misma finca en las vacaciones siguientes. Allí fue violada otra vez, golpeada y sufrió cortes con una navaja de afeitar. Millicent intentó suicidarse y nuevamente recibió otra paliza.

Pero lo peor aún estaba por llegar. La odisea de la niña que se había criado sin padres volvería a repetirse. Millicent se quedó embarazada en 1962. "Era feliz. Tenía una niña preciosa que era mía, a la que podía querer y cuidar y tener conmigo para siempre". Sin embargo, el Gobierno no pensaba lo mismo, y se la quitó. Tendrían que pasar 25 años hasta que se conocieron. Ahora Millicent podrá ver crecer a sus nietos.

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