El Barça se abraza con el gol
El equipo azulgrana bate al Zaragoza a balón parado en un partido muy cómodo
Los francotiradores del Barça, al mando de Ronaldo, recargaron su escopeta y abatieron a un Zaragoza de cartón piedra con tanta frialdad y seguridad que ni siquiera agotaron la munición. El Camp Nou se dio por fin una tarde de siesta tras largas jornadas de insomnio. Fue un día placentero, desprovisto de tensión y emoción, resuelto con esmero y profesionalidad. Una faena de mérito si se atiende a los antecedentes. No fue un partido para tirar cohetes. Hubo adetalles, sin embargo, que ratifican la crecida del grupo apuntada en Anoeta y de los que Robson debería tomar buena nota. Parece vislumbrarse otro esbozo de equipo -no un equipo-menos frívolo. Es pronto, sin embargo, para adivinar su figura tras una gestación tan tormentosa como la habida esta temporada.La catarsis azulgrana exigía un resultado indiscutible y un encuentro cómodo para reanudar cualquier debate sobre el equipo y el club. La hinchada y la plantilla comienzan a concienciarse de que deberán aprender a convivir con Robson mientras la clasificación no diga lo contrario, y la de ayer fue una jornada de tránsito.
El Barça ganó tiempo para seguir engordando a balón parado, un buen remedio cuando se es presa del miedo como era el caso. En espera de que el equipo tome una forma definida, vive agarrado al banderín de córner y a los golpes francos. El primer gol llegó en un saque de esquina; el segundo, en un penalti provocado por una majestuosa finta de Ronaldo que sacó al portero del campo con la tarjeta roja, y el tercero, a la salida de una falta. Tres disparos le bastaron al Barça para que el Zaragoza se desplomara.
Resuelto el choque en medio tiempo y jugando con uno más por la expulsión de Konrad, Robson alimentó el partido dando entrada a futbolistas animosos como Stoichkov, luminosos como De la Peña y bravos como Pizzi. El búlgaro reapareció con una jugada digna de un punto y aparte en un partido lento: tomó el cuero y se abrió paso entre dos zagueros, apoyándose en una pared con Giovanni, y le regaló el gol a Ronaldo. Fue un ejemplo de cómo hay que darle vida a un encuentro ya difunto.Nada pudo oponer el Zaragoza a la efectividad azulgrana. El equipo mano, como la mayoría de los que desfilan por el Camp Nou, tuvo un buen control de juego. Nada más. Fue inoperante ante el gobierno de la contienda que el Barça ejerció. No se dejó meter mano. La colocación y sobriedad de Blanc lo llevó hacia adelante y el buen entendimiento entre Guardiola y Amor en la sala de máquinas (Popescu está lesionado) evitó situaciones comprometidas para la zaga tanto como oxigenó el juego de ataque.
No es que el equipo tuviera una pinta mucho mejor que otras veces, pues hay demarcaciones que parecen no tener remedio, como es el caso del lateral derecho, el volante zurdo y el segundo central (ora juegan unos, ora otros: ayer Celades ni se vistió, Cuéllar no fue convocado, Nadal calentó banquillo y Abelardo se alineó a la derecha de Couto); pero el asunto es que el grupo mandó de forma enérgica en el choque.
No hubo funciones repetidas en la medular, sino complementarias, pese a que hay jugadores que actúan donde sea y sin atender a su estado de forma. Giovanni estuvo intermitente y Luis Enrique más domado que de costumbre. El reparto, en cualquier caso, resultó más equitativo y el equipo tuvo cierto cuerpo y equilibrio. Amparado en un marcador benigno desde la arrancada y en la amnesia de la hinchada -centrada en un enemigo común: el árbitro-, el colectivo de Robson pasó por el campo con un aplomo sin precedentes y el Camp Nou suspiró aliviado. El juego del equipo subió de tono por el control defensivo y la puntería de Ronaldo. No le tembló esta vez el pulso. Fue un conjunto más carnoso que de costumbre, aunque no se aprecia todavía ningún trabajo táctico. Hubo, eso sí, una elección más esmerada de los futbolistas.
Nadie echó en falta a Popescu, porque para acompañar a Guardiola es mejor futbolista Amor, mientras que el rumano tiene más fuste como marcador o zaguero. Tampoco se echó en falta a faltar a Amunike. Couto intimidó con la misma facilidad que pateó el balón. Y Baía tampoco conseguió que la sobriedad estuviera a la altura de su belleza.
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