"¿Qué error he cometido?"
José Miguel Echávarri se sigue preguntando los porqués de Induráin
José Miguel Echávarri prendió en su casa un cirio junto a una imagen de San Fermín. Lo apagaría cuando recibiera una llamada de Miguel Induráin. No lo pudo hacer hasta el primer día del año nuevo, un par de meses después de haberlo encendido. Y cuando Induráin llamó al que ha sido 12 años su padre deportivo fue para anticiparle en 24 horas su decisión final, su retirada. Curiosamente, estupor, sentimiento de culpa, y no resentimiento es lo que siente Echávarri por la triste realidad en que ha desembocado una relación única en el deporte español. "¿Por qué?", se Pregunta. "¿Qué error he cometido?".Las razones de que alguien como Echávarri, que en teoría debería disponer de todas las claves de la situación, pueda hacerse las mismas preguntas que cualquier aficionado, que también para él existe un misterio Induráin, son tan sencillas como enigmáticas, es decir, son la personalidad de Induráin.
Cuando Echávarri dice y repite "Induráin habla con sus silencios" no se trata de una metáfora ni de un bonito juego floral, se trata de la realidad pura y dura. Más que su interlocutor privilegiado, Echávarri ha sido de Induráin el intérprete de sus necesidades. E intérprete en el sentido literal. Induráin no sólo ha sido lacónico y ambiguo con la prensa, su máscara en la carretera tampoco era un postizo; Induráin es así, introvertido y callado, y por eso ha tenido los triunfos que ha tenido. Un hombre solo, sin amigos.
Induráin sólo habla claro cuando dice "no". Entonces no hay nada qué hacer, ni razones que valgan. Cuando dice "sí" no lo hace con la boca, sino con gestos, y cuando dice "quizás" lo hace torciendo el gesto. Y cuando pide algo, también a su manera, tampoco hay vuelta de hoja. Echávarri pone los medios para que se cumpla. "A mitad del Tour del 94, Induráin me dijo que iba a intentar el récord de la hora una semana después", cuenta Echávarri. "No teníamos nada preparado y en 15 días hubo que hacerlo todo, hasta la Espada". Y también da la cara ante el banco y la opinión pública en las decisiones polémicas, como por ejemplo cuando el ciclista prefería correr el Giro a la Vuelta.
Si hasta entonces funcionaba como la seda, sin roces, el íntimo y complicado código de comunicación, Echávarri comienza a alarmarse el otoño del 95. Aparecen las primeras interferencias porque otra persona se ocupa de interpretar a Induráin. "Cuando subieron a Colorado para preparar en altura la aventura colombiana [Mundiales y récord de la hora], Sabino Padilla secuestró a Induráin", dice Echávarri. "Empezó a acapararlo. Hasta asumió las funciones de mecánicos y masajistas". Es el método de los preparadores con sus pupilos: relación personal y casi excluyente en la elección y preparación de los objetivos. Por eso Padilla es la única persona del entorno del ciclista que se enfada con la resolución del Mundial que gana Olano. Incluso solicita, la víspera, que se suspenda el asalto al récord de la hora, que a la postre no pudo batir Induráin.
Las dificultades de traducción se incrementan notablemente para Echávarri. El código no funciona. En agosto del 96, en Burgos, Echávarri solicita a Induráin que corra la Vuelta. Induráin responde: "Psss, si no hay más remedio la corro". Sin embargo, rompe su costumbre de discreción y públicamente anuncia su desagrado. "No me salía callármelo", dijo.
También Padilla critica que a un campeón como él se le obligue a hacer algo contra su voluntad. Echávarri ve desmotivado -"con un pie fuera de la bicicleta"- a Induráin en otras carreras y la víspera del comienzo de la Vuelta se toma un café con él en Alicante. "Si no quieres correr la Vuelta, no lo hagas", le dice. "Yo asumo la responsabilidad". "No, no, la corro", le responde Induráin, que, enfermo, tuvo que retirarse.
Echávarri sigue lamentándose. "¿Qué es lo que no supe interpretar de Induráin entonces?", se pregunta. El sistema se rompió definitivamente. "Induráin ha cambiado", concluye Echávarri para explicárselo. "No, no, yo no he cambiado. Es él quien ha cambiado. Yo no quería correr la Vuelta y la tuve que correr".
Hasta la retirada, Induráin consulta con Padilla y habla con la ONCE; Echávarri enciende un cirio a San Fermín.
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