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Tribuna
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El siguiente paso

Santiago Segurola

La convincente actuación del equipo español frente a Yugoslavia anima a pensar que se ha encontrado una vía que complace por igual a Clemente y a los aficionados, que no veían la hora de reunir a sus jugadores predilectos. Las divergencias entre el discurso del seleccionador y el estilo natural del fútbol español han sido motivos de un prolongado debate que se ha extendido hasta el partido de Mestalla. Después de Mestalla, las dos partes pueden sentirse satisfechas. El equipo lo hizo Clemente, y desde ese punto de vista puede evitar cualquier reproche. Desde el otro lado, se vieron cumplidas las exigencias de construir la selección alrededor de los jugadores de más calidad, que demostraron además que su clase no les convierte en tipos pusilánimes o señoritos de cortijo que se entretienen en menudencias, como se hacía ver desde las trincheras del fútbol militarizado. Con el buen juego que les caracteriza, pero también con el apasionamiento que les distingue, Guardiola, Raúl, Kiko y Alfonso reclamaron y obtuvieron el protagonismo que se les ha negado' demasiadas veces. La conclusión fue estupenda en todos los aspectos: España ganó, jugó muy bien y dejó feliz a los aficionados, cuestión que había quedado pendiente hasta ahora.Sobre el partido, sólo cabe decir que el juego fue la consecuencia natural de los jugadores que lo interpretaron. Frente a sus viejas ensoñaciones britanizantes, Clemente dispuso un equipo que dificilmente podía echarse al monte. Guardiola, Kiko, Alfonso y Raúl hicieron lo que se les supone: coincidir en estilo imaginativo, punzante, muy atractivo para los espectadores, que son los verdaderos depositarios de esta fiesta, aunque últimamente haya un gran interés por olvidarlo. Pero además desmintieron cualquier inclinación diletante. Vinieron a decir que ellos juegan de una manera, que tienen unas señas de identidad muy definidas, pero que valen para todas las escuelas. En ningún orden se les puede hacer reproche. Estuvieron para lo fino y lo grueso, con decisión y energía, por si quedaban dudas sobre la fibra de su carácter.

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Si este partido sirve para acabar con el clima de reproches que ha presidido la última etapa de la selección, estamos ante un momento decisivo. Ha llegado la hora de abandonar las disputas sobre el estilo, los jugadores y el entrenador. Aquí está un equipo que funciona y complace. Sólo falta ascender el último peldaño, el que ha separado tradicionalmente a la selección española de alcanzar el prestigio de sus clubes. Se trata de asumir la condición de primera potencia, eso que Guardiola definió el sábado como "creer en nuestro fútbol". Es lo que finalmente distingue a los poderosos de los débiles. Hay dos países que interpretan perfectamente esta cuestión: incluso en sus momentos más precarios, Alemania e Italia miran por encima del hombro a todos sus rivales, un plus de arrogancia o confianza que resulta trascendental en las grandes competiciones. España está en condiciones de hacer lo mismo. Por la calidad de su campeonato y por la categoría de sus futbolistas, la selección debe abandonar cualquier complejo de inferioridad y establecerse como lo que es: un equipo capaz de medirse y superar a cualquiera.

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