El Madri sigue con su atrofia
El equipo de Capello no fue capaz de marcar un gol a un modesto Logroñés
Allí donde el Barca, Athletic y Atlético de Madrid entraron con la cosedora de goles el Madrid se quedó tieso. En todos los sentidos. No marcó y no jugó frente al Logrones, una pena de equipo que obliga a pensar en la escandalosa inflación que sufre la primera categoría del fútbol español. El Logroñés salió del partido sin lanzar un remate, contra 14 portería madridista y confirmó punto por punto que es carne de cañón. Pero el Madrid le perdonó la vida con un juego infame,un fútbol atrofiado, plano, sin recursos, dirigido por un hombre que tuvo el atrevimiento y la mala ley de justificarse con un "esto es lo que hay" Capello pertenece a esa terriblé raza de entrenadores que ganan siempre. Ganan cuando triunfa su equipo y también ganan cuando pierde, porque nunca se sienten responsables de las derrotas. Esta vez Capello dirigió la culpa hacia sus jugadores No le gustan y pide más para diciembre, más gente para un entrenador simplón y oportunista, el mejor pagado del mundo, el más pagado de sí mismo y el menos dúctil para entender que el fútbol es algo más que pelotazo y presión.Capelló criticó durante la semana a sus defensas y después del partido al resto del equipo. Su mensaje a los más jóvenes fue demoledor: no valen para el Real Madrid. En su afán por quitarse responsabilidades, Capello está provocando una cantidad extraordinaria de agravios. Lo más sorprendente es que los futbolistas, digan lo que digan en privado, siguen el autoritario y rígido mensaje del entrenador con una obediencia militar. Todos se empeñan en la presión, y corren, y traban, y chocan, y tiran la pelota bien larga, y se esfuerzan por agradar el dudoso paladar de su técnico. Lo hacen más allá de lo que dicta su naturaleza como jugadores. Lasa, como interior izquierda, en el mismo lugar donde Raúl ha pasado un infierno; Milla y Redondo, despersonalizados, sometidos al tironeo entre sus querencias -el juego corto- y las órdenes que les vienen del técnico -pelotazo y acudir al rechace-, precisamente lo que no pueden hacer; Mijatovic, el más perjudicado por un estilo de juego que le penaliza severamente, obligado a jugar de espaldas a la portería, a buscar pases divididos, a sentirse desprotegido, sin la pelota, y, a la vez, salvando la vida a Capello con goles imposibles, esforzados, Zigandeando (por Ziganda) en el área, a la espera de una mísera oportunidad. Nada les puede reprochar Capello a sus jugadores, que mueren en cada partido por un sistema que casi todos detestan. Pero cuando: llega la derrota -este empate con el Logroñés-, ni tan siquiera encuentran el consuelo de su entrenador, un sectario que siempre deriva las responsabilidades hacia otro lado: el club, los jugadores, lo que sea.
Contra la opinión de Capello, empeñado en quejarse de la plantilla, el partido no fue diferente de los dos anteriores, frente al Tenerife y el Compostela, dónde estaban todas las estrellas. El Madrid jugó tan mal como entonces, pero sin el devastador poder de Mijatovit y Suker en el area. Eso viene a decir que habitualmente los partidos los ganan los grandes jugadores, por mucho que gente como Capello proclame la dictadura del sistema y la colectivización. Cuando llega el momento, resulta muy conveniente tener a Mijatovic o a Ronaldo en tu equipo.
Pero aun sin Mijatovit y Suker, el Madrid debió explotar su autoridad sobre el Logroñés. Poos equipos estarán tan escasos de juego. Aguantó porque el Madrid fue una calamidad en el primer tiempo y porque en el segundo tuvo una pizca de suerte. Tres remates de Guti, uno de Alvaro y otro de Raúl no- produjeron el gol de la victoria. Porque cual quier posibilidad del Logroñés resultaba imposible. Fue un equipo que no dio dos pases, que no remató una sola vez contra Illgner, que se sostuvo sobre la fortuna y sobre las deficiencias del Madrid. La primera parte se perdió de vista como si no se hubiese jugado. Bien, hubo un tiro libre de Hierro que Cedrún despejó con una estirada extravagante. Fuerade ese, remate, no hubo nada. En los graderíos, la gente hacía aritos de humo, contaba el último chiste ,procedente de Chiquitistán y mostraba la actitud indolente que merecía el partido. En el, ánimo de todos. estaba que el Madrid ganaría el partido, se juntaría con el Barca en la cabecera de la clasificación y se volvería a escuchar la frase más recurrente y letal de Capello: "A la gente lo único que le importa es ganar".
No ganó el Madrid y la gente sintió toda la frustración que se produce cuando no hay nada detrás de los puntos. Sin fútbol, las derrotas son extraordináriamente dañinas para los hinchas y para los jugadores. Pero eso a Capello le importa muy poco. Más aún en el Madrid, obligado por la historia a la grandeza, a la búsqueda de un juego convincente que respete las exigencias del club y su gente, el respeto por una tradición que se inició hace más de 40 años, cuando Di Stéfano, Gento, Puskas y todas aquellas luminarias establecieron el canon del gran fútbol. Pero eso a Capello le importa muy poco. Sólo le preocupan los números. Y cuando no salen dispara contra todo lo que se mueve para quitarse la responsabilidad que tiene sobre un equipo y unos jugadores extraordinariamente desaprovechados:
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