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VUELTA 96

La Vuelta se rompe en una etapa imposible

Jalabert, líder tras una etapa en la que Rominger y Escartín pierden siete minutos

Carlos Arribas

"La palabra imposible no existe en el vocabulario de la ONCE", dice Manolo Sáiz. "En todo caso, somos origínales", dice su pupilo Laurent Jalabert, ganador ayer y nuevo líder de la Vuelta tras una etapa, quiéralo o no Sáiz, imposible. La Vuelta ha quedado rota en el llano. El mano a mano ONCE-Induráin, tan pregonado toda la temporada hasta el maldito extraño Tour, parece inevitable. Son las operaciones de la ONCE -"la única realidad esta Vuelta", que recuerda Sáiz- las que han acelerado el asunto. Hace sólo un año, se habría entrado en la rutina de la muerte de los rivales por aplastamiento. Entonces la ONCE se rifaba las etapas entre los elegidos, pero éste, la cuestión suena diferente: está Miguel Induráin para salvar la Vuelta. Gran favor le ha hecho el equipo más fuerte: si alguna duda le quedaba al misterio Induráin, ayer tuvo que haber saltado. El ciclista-soldado entró en batalla y se sintió ganador.Espuma por la boca echaban los 53 héroes del día, los 53 corredores que volaron más que corrieron a más de 49 de media -la más alta en la historia de la Vuelta para una etapa en línea- y con viento casi siempre de cara, espuma también y maldiciones los más de 100 . restantes, los derrotados que llegaron a más de siete minutos. Todos llegaron medio pájara. Nadie comió durante los 167 kilómetros de la ventosa llanura manchega, muy pocos bebieron. La Vuelta se escapaba en un autobús que sólo dos de entre los favoritos « no pudieron coger, Tony Rominger y Fernando Escartín. Su despiste, su error, fueron la gasolina: con ellos delante, la etapa que pasará a la historia habría sido, una más de las de rutina, del estilo italiano.

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Todos la víspera, todos en la salida, hablaban de las largas rectas hacia Albacete, del caprichoso viento que soplaría. ¿Qué estaría tramando Sáiz? Sorpresa. Todos estaban avisados y nadie lo esperaba.

El puerto de Tórdiga no es en realidad que dos largos repechos empalmados en una carretera general, de las anchas con arcén. No es un asunto de escaladores pese a ser de tercera. Además, estaba en el kilómetro 16, a 151 de meta. Por eso, algunos iban descolocados cuando el pelotón aceleró y se enfiló a lo indio: era demasiado pronto para hacer algo; otros vieron a los nueve de la ONCE -"primero tiraron Leaniz, Cuesta y Zarrabeitia; les alcancé y le hice una seña a Cuesta para que tirara más, hicimos un pequeño corte y se nos metió más gente, y ahí empezó todo", cuenta Jalabert- tirando en cabeza, tensando la cuerda, pero no lo dieron importancia

ro otros, sí. Intuyéndolo todo, Induráin hizo una seña a sus fieles Marino Alonso y Erwin Nijboer y se marchó hacia adelante. No le pillaron desprevenido. En un santiamén, la revolución.

Cuando se dieron cuenta los despistados, Rominger y Escartín, sus equipos, el Mapei y el Kelme, empezaron a relevarse. Fue como un pulso entre el estrangulador y su víctima, con unos segundos -decenas de kilómetros en la carretera- en los que el asfixiado cree tener una mínima esperanza tiempo en que el que aprieta no se despega. 1m 40s que duraron largo tiempo, concediendo falsas esperanzas. "Por el cacharrillo de la oreja Manolo me decía que había que apretar más, y dimos el salto" dice Jalabert. Las mismas referencias le llegaban a Nijboer desde el coche del Banesto. El aire empezó a soplar de costado y las diferencias a dispararse. Crac. Se acabó. La Vuelta empieza nueva.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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