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TOUR 96

Induráin vive su día más largo

Luis Gómez

El día se hizo muy largo, tanto que las imágenes su aguipan un la memoria. Se hizo eterno para Miguel Induráin en los últimos tres kilómetros de la subida a Les Arcs, un nuevo puerto que se incorpora a la tradición de los Alpes. Un puerto que no pudo tener mejor bautizo: en sus rampas, Induráin conoció su primera derrota en el Tour. Desfallecido, deshidratado, el pentacampeón del Tour se olvidó de la carrera e inició una lenta peregrinación hacia la meta mientras por delante sus rivales apretaban los dientes convencidos de que acababa de abrirse la maniobra sucesoria. Rominger fue el maestro de ceremonias, pero es demasiado pronto para cantar victoria. Nadie debe descuidar un dato: a su lado viajaron dos jóvenes corredores, Berzin y Olano. Berzin estrena el amarillo en este Tour y ha empezado a hablar después de estar callado una semana ("Me siento preparado para defender el liderato"). Olano hace una carrera imperturbable. Ha sido el principio del fin de la hegemonía de Induráin? No se tardará mucho (quizás no más de 48 horas) en saberse la respuesta.Los Alpes han evidenciado el desgaste que había operado la primera semana de carrera, la lucha contra el viento, la lluvia permanente. La etapa resultó demoledora desde el principio hasta el final. La lista de víctimas tiene muchos apellidos de renombre, sobre todo si se tiene en cuenta que el puerto de Les Arcs no estaba considerado como una montaña de estimable dureza. Desde el desfallecimiento de Jalabert hasta la crisis de Induráin la jornada vivió en un puro sobresalto. La ONCE ilustró sobremanera el desgaste de esta etapa. Era el equipo más potente, era la formación envidiada por casi todos los directores por su solidez y su disciplina ... y en unas horas Manolo Sáiz vió cómo se le quemaban todas las naves. Porque el hundimiento de Induráin resultó tan atronador que enmascaró el de Zülle. Media hora antes, el líder, el joven Heulot, puso pie en tierra incapaz de mover la bicicleta unos metros más, entre lágrimas y visibles gestos de dolor.

Fue lo que se dice una verdadera etapa del Tour. Una etapa terrible, devastadora, propia de la leyenda de esta carrera insobornable al paso del tiempo. El avance de las máquinas, el desarrollo de la tecnología mediática, el progreso de la bioquímica no han logrado alterar las esencias del verdadero ciclismo, y cuando se dice eso se habla casi exclusivamente del Tour. La épica sigue viva, para bien o para mal, para ilustrar jornadas de gloria o tardes dramáticas. Los millones de españoles que han disfrutado con los éxitos de Induráin a lo largo de los últimos cinco años habrán entendido que su primer paso en falso no podía ser un acontecimiento menor, leve. Cuando Induráin evidenció que las fuerzas le fallaban, la noticia retumbó en toda la carrera acompañada de una enorme onda expansiva.

Rominger y Olano no esperaron un segundo más. Ellos pasaron la última página de la etapa. La escapada de Leblanc era pura anécdota, el sufrimiento de Jalabert formaba parte del pasado. Ahí estaba descolgado Induráin, en el centro del universo. No había otra imagen posible. Es la imagen de este Tour. El cielo se abrió para los rivales que le sobrevivieron ayer, desde Rominger hasta Riis pasando por Olano y Berzin. Zülle vivió su tercer calvario, después de haber caído hasta dos veces en el descenso previo. A la ONCE se le hundía en esos momentos el último barco que le quedaba: Mauri se condenó en el esfuerzo de salvar a Jalabert y Jonker se agotó en un ataque incomprensible, casi suicida.

La gran pregunta es obvia. Es la gran incógnita del Tour: ¿Ha comenzado su declive Induráin? Su visible desfallecimiento no debe provocar conclusiones precipitadas. Puede ser un mal síntoma o puede ser simplemente un mal día. Dado el transcurso de la etapa, en la que Induráin tuvo una actuación clásica (llevó la carrera con hasta cinco componentes de su equipo hasta poco después de la base del último puerto), caben esperanzas de que no haya sido más que un mal momento. Los Alpes no han dicho su última palabra. Ni para induráin ni para nadie más. La cronoescalada de hoy volverá a poner a todos los aspirantes en igualdad de condiciones y ante una gran dificultad. Uno de ellos fallará, lo dice la estadística no escrita. La capacidad de recuperación es esencial en una carrera como el Tour. Si Induráin se ha recuperado hoy, que nadie se atreva a descartarle. El español sabe lo que son los viajes de ida y vuelta, sobre todo cuando hay terreno por delante. Su último ejemplo lo dio hace un mes en la Dauphine Liberé, cuando recuperó todo lo que perdió en el Mont Ventoux. La única diferencia está en que nunca había tenido un mal día en el Tour a la vista de todo el mundo. En otras ocasiones, pudo disfrazar su sufrimiento. O, como le sucedió en Sestriere, la pájara coincidió con la tarde en que se vestía de amarillo. Ayer, desde luego, vivió su peor experiencia.

Lo que sí ha cambiado es el mapa de la carrera, el guión del Tour. Nunca Rominger había contado con una ventaja semejante. Nunca Induráin había concedido a sus rivales un margen de tiempo para que ellos maniobraran (Berzin y Olano, los líderes, le llevan en realidad 3.52 minutos de ventaja, contando los 20 segundos con que será penalizado desde hoy el navarro por beber agua en los últimos 20 kilómetros). Induráin era el Rey del tiempo y del espacio. Era el gran controlador. Es un hecho: ahora no tiene nada que administrar. Si las fuerzas le responden está obligado a pasar al ataque con todas sus consecuencias. ¿Aparecerá en escena un nuevo Induráin?

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