Francia disipó cualquier sospecha
Los franceses siguen invictos a lo largo de 26 partidos
El marcador disipó cualquier duda y el partido respondió a todas las preguntas. Francia sometió a Bulgaria con gran pulcritud, con naturalidad y con talento. Los búlgaros no tuvieron prácticamente tiempo de mirar hacia Leeds. Ni su facilidad para meterse en los partidos más adversos les redimió en Newcastle. Tuvieron algo más de un cuarto de hora para abonar la tesis de aquellos que siempre pronosticaron el empate a dos. No pudieron. Hubiera sido injusto. La sombra de la sospecha desapareció del tejado del St James Park desde la puesta en escena de la contienda. Fue un inicio explosivo, un arranque a toda castaña -como se dice en el argot de Clemente- y una invitación a una tarde de fútbol en toda regla. Bulgaria apareció con la cara pintada, ese rostro de mala leche, avinagrado, desafiante, impetuoso. Francia la recibió sin apenas pestañear. El suyo es un juego partido por la mitad: combativo y presionante cuando no tiene el balón y combinativo y sutil cuando maneja el cuero. La disposición de uno y otro equipo auguraba una confrontación de culturas futbolísticas. El empate no ganaba ni en las apuestas: el 2-2 se pagaba 14 a 1.
El primer cuarto de hora registró la buena pinta que tenía la refriega: cuatro remates -dos en cada puerta-, tres tarjetas amarillas, dos saques de esquina y el árbitro fundido sobre la cancha: no tuvo otro remedio que ser sustituido a la media hora. Iba el balón como un cohete.
Francia fue entrando en el partido poco a poco. El fútbol de toque y ritmo acabó por sacar del campo a, los búlgaros. Zidane, por fin, emergió como el jefe del grupo. El fino medio francés abrió a una y otra banda del campo. Lizarazu le auxilió por el lateral zurdo, Dugarry abrió camino por el balcón del área y Djorkaeff le dobló con especial acierto cuando no se dejó caer por la derecha. Y cayeron dos goles a balón parado.
Entonces fue cuando se agotó Zidane, emergió Letchkov y Stoichkov soltó la coz a la salida de una falta para darle de nuevo contenido al partido. Newcastle apareció entonces abrumada. Nadie reparó hasta entonces que el resultado previsto podía llegar sin que nadie se hubiera dado cuenta, sin una sombra de duda ni de sospecha. Fue un cuarto de hora largo para la reflexión. Hasta que llegó Loko, le dio a Francia el partido número 26 sin perder y acabó con todas las tesis de los cenizos. El fútbol fue siempre imprevisible.
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