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Charlas de rojos al amor de una uralita

Retablo de una tarde invernal en un centro de jubilados de un barrio obrero, similar al derrumbado el martes

No se fuma. Triunfan copas y junto a un botellín de cerveza el tute deriva en recuerdos de la pulmonía doble y el piojo verde, el catón y las cuatro reglas. Ninguno de los 50 hombres que chascan las fichas sobre las mesas del centro de tercera edad de Manoteras (Hortaleza) cumple los 60 años. Las pocas mujeres, tampoco, a excepción de una nieta casi común de lazos azules en las coletas.Las cuatro paredes que les abrigan del invierno tienen el escaso espesor del prefabricado: 250 metros cuadrados bajo la uralita, y gracias a que el Ayuntamiento de Madrid (del que depende el club) les amplió hace casi tres años ese otro hogar con una segunda caseta.

El martes pasado, un centro similar se derrumbó sobre los 50 jubilados que pasaban la tarde en un hogar del pensionista al otro lado de la ciudad. En el de Manoteras se comentó el suceso de la calle de Bustamante, en Arganzuela, pero pronto las charlas volvieron a la política, la barbaridad que ha cambiado la vida, el recuerdo de las hazañas juveniles, las pensiones y los chascarrillos de moda.

Quizá en el hogar de Arganzuela (propiedad de Cáritas) también se hablaba de corrupción, elecciones, derecha, izquierda, señoritos y obreros, mujeres, piropos y bailes apretados, cuando la fuerza del gas y un movimiento de tierras envió al hospital a 39 heridos (cuatro de ellos, graves).

Robustiano nació en 1925 y sólo hace un año que no trabaja. Al dejar la Policía Municipal siguió en el tajo cuatro años más. La razón: 61.000 pesetas al mes y un abono de transportes para él, su mujer y dos hijos solteros. Fue falangista: "De los de José Antonio, ¿eh?".

Dejó la Guardia Civil por casarse con "una roja" que le dio "cinco varones como cinco castillos". "Pedían certificado de buena conducta cívica y moral, y, claro, el padre de mi mujer había sido un rojo destacado; pero yo me caso con quien me da la gana, faltaría más".

Bajo su sombrero de pana marrón nacen sospechas de corruptelas: la ampliación del centro de jubilados, un quiosco que se permitió indebidamente y que vendía droga. Estruja la bolsita del té. "Me tengo que ajustar a lo que gano", tuerce el bigote entrecano con una disimulada apetencia por una copita.

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Un vino, 35 pesetas. Una caña, 60. Un refresco, 70 pesetas: la mitad que en un bar céntrico.

Pero su exigua pensión no le impide proclamar que jamás ha vivido tan bien. "Ni con Franco, ni con la derecha, ni con el capital tendríamos lo que tenemos". Le gusta hablar de política. Apoya el codo en la barra. "A Felipe le han vendido los compañeros", sentencia su índice, "el 75% de la gente de mi edad no entiende de política, no sabe hacer la o con un bote ni nada de nada. Lo máximo que hablo aquí es lo que estoy hablando con usted".

Rojos. En las mesas nadie confiesa que vota a la derecha. Pepe, Gregorio, Bienvenido y Pascual se emparejan para un tute casi en silencio. Recuerdan tiempos muy malos, años cuarenta.

-¿Conoces a alguien que quiera ir a la mili? Pues la gente antes quería ir, ¡para comer! A mí me cogió en 1949. En el Ejército se comía.

-Mi madre, la pobre, hacía la tortilla con mondas de patata y algarrobas, llenas de bichos, ¡que no se los quitábamos para que tuviese algo, la tortilla!

-Y la corrupción, ¿qué antes no había? Anda, no iba a haber, lo que pasa es que estaba todo tapado.

-La hija de Franco que se llevaba todo fuera: joyas, dinero...

-Y a ver quién la paraba en el aeropuerto. ¡Se le caía el pelo!

-Hombre, yo he estado toda mi vida en el CSIC [Centro Superior de Investigaciones Científicas] y siempre han mandado los mismos. Nos daban la comida aparte.

-Lo que ha pasado es que los chorizos de la otra ola se han infiltrado en ésta".

-En 500 años de historia, los obreros morían con las botas puestas. Y luego nos quejamos todos los días".

-Pero ¿cuando ha estudiado el hijo de un obrero? Yo ni un día fui a la escuela.

-Yo sólo sé aquello, ¿cómo se llamaba?, el catón y las cuatro reglas. Mis hijos han estudiado todo lo que han querido. Con sacrificio, pero han estudiado.

-Tú fijate lo que ha pasado en Francia, que lo tenemos bien cerca, y ya han tenido que levantarse contra la derecha.

-A mí lo que más me enciende es pensar en qué cobraron nuestros padres, nuestros abuelos... ¡Nada!

-No se crea, aquí estamos muy informados. Tenemos los periódicos y la televisión.

-Aznar es de imitación -zanja uno de los contertulios.

No pierden la ocasión de practicar aquel arte del piropeo que echan de menos en los palomos de sus hijos. "¡Es que están muertos!".

-¿Es usted la pedicura de aquí? Porque si es así, me hago callos para que me los cure.

-No me guiñe el ojo que me vuelvo loco. Que uno no es de piedra todavía. ¡Qué mujeres hay en España! Ná más que en España hay estas mujeres.

En la mesa de al lado un hombre habla de amor, cariño... -"pero más bien cariño, es lo que más hace falta"-, al oído enternecido de una señora.

Los cuatro del tute cuentan las picardías de sus años mozos y se escandalizan de que ahora la juventud sólo sepa darle al porro y a la cerveza.

-Sí, sí, borrachos ha habido siempre, y vicios...

-Yo vicios los he tenido todos. Si no, ¿para qué vivías?

-Yo dejaba a la novia en casa y me iba andando desde Cuatro Caminos a la calle de Ibiza, a los bailes, el Metropolitano, Las Palmeras...

-Mi madre, ¡cómo nos poníamos! Te apretabas pero no veas de que manera, qué cosa.

-Ahora nada, ahora bailan a dos metros. [Escenifica un indiferente pasodoble].

En un cuarto separado Buenaventura fuma como un descosido: un rubio tras otro. Fue abogado de Seat hasta que sus retinas decidieron jubilarle. Tiene 63 años. Viene todos los días "al desguace" como él llama, con la amargura de la que son capaces los ciegos, al club. Se emociona al hablar de su pasado y del futuro que él desespera a oscuras.

-¿Cómo no vamos a ser de izquierdas si nos hemos tirado 30 años de hambre, perseguidos... Si no conociéramos lo que puede venir... Todavía tenemos el miedo metido de muchísimos años.

-Si es que como se vive hoy no se ha vivido nunca. ¿Cuándo ha habido Seguridad Social, viajes para los viejos...? Si es que da gusto verlos. No veas qué marcha tienen.

Habla Bernardina, Nina para todos, y remacha que ella es joven, que tiene 48 años y que ver bailar a los mayores los sábados le resarce algo de la pena de ver morir a su padre, un jornalero, sin que hubiese vivido: "Porque aquello no era vida". Es la dueña del bar: "Doy 11 clases de aperitivos',.

Además de vinos, tapas, seisillos y dominó, los socios del club tienen pedicura, peluquería, clases de trabajos manuales y gimnasia. Nina recuerda la agonía de su padre, que sufría la misma enfermedad que un rico del pueblo de Ávila, donde se enraíza su familia.

"El rico, con gotero, a mí padre sólo le daban calmantes". Y el frío que pasaba en el colegio durante la corta temporada que tuvo un maestro. "A los hijos del alcalde los sentaban cerca del brasero; el resto, nada, a pasar frío".

-Soberbios, como los de la derecha no los hay.

-Bueno, mujer, también hay gente buena, como en todas partes.

Buenaventura estuvo en Suresnes, en aquel congreso del PSOE donde Felipe González llegó a secretario general del partido. "Nicolás [Redondo], que luego el pobre también ha tenido muy mala suerte, nos dijo que había que votarle, que era un hombre joven y muy preparado. Y quién nos iba a decir que nos iban a pasar estas cosas, nos la han jugado; nos han salido unos cuantos ladrones".

-Yo votaría a la derecha si me dicen que van a quitar el paro y la droga. Pero, aunque me lo digan, como no me lo creo....

-Que si van a bajar los impuestos y el déficit y tal. Es que no hay de donde sacar; no salen las cuentas. Si no pagamos no hay carreteras, ni embalses ni nada.

Nadie entra a relatar las cuitas personales del presente. ¿Y los hijos? ¿Y la soledad?

-Todos somos egoístas y, en general, a la hora de la verdad, estamos más solos que la una. Ésa es la realidad de la vida.

-Yo todavía voy al pueblo a ver a mis mayores, que ya andan todos por los ochenta y tantos. Mis hijos ni siquiera los conocen. La consideración de los viejos ha cambiado totalmente.

-Los hijos vienen un par de días, y ya han cumplido.

Las ocho pasadas. Nina conmina a los parroquianos que quedan a que levanten el vuelo. Tiene que ir a una misa y se hace tarde. Buenaventura recibe el brazo de su mujer, que se ha mantenido en silencio. "Pues ya sabe dónde tiene usted su casa".

"Mi madre, ¡cómo nos poníamos! Te apretabas en el baile, pero no veas de qué manera

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