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Bienvenido Mr. Bean

Canal + estrena dos nuevas entregas del genial cómico británico Rowan Atkinson

En tiempos en los que la comedia o empalaga o confunde la iconoclasia y la provocación con la magnesia, un baño de Mr. Bean no sólo es sano, sino hasta higiénico. Sus pequeñas grandes piezas de humor sin palabras han dejado huella en las autonómicas, y hoy (1.30) y el próximo domingo vuelven a tener una cita en Canal +. Valgan para disfrutar y aprender con algo de la mejor cosecha de la comedia británica, en compañía de uno de los personajes más merecidamente internacionales, imitado ya entre nosotros, aunque probablemente irrepetible. Los secretos de Mr. Bean tienen el nombre de Rowan Atkinson y su recital de recursos, y el de algunos de los mejores guionistas de la comedia salida de las islas, desde Éstas no son las noticias de las nueve o Blackadder (El escurçó negre, en TV-3) a Cuatro bodas y un funeral.

Describir a Mr. Bean es tan dificil como describir al ser humano común y su capacidad ilimitada para la mezquindad y la inconsciencia más pueril. Mr. Bean es inocente por puro y ciego egoísmo -su ayuda a un hombre con un colapso sirve en realidad para utilizar la ambulancia y arrancar su coche en Bus Stop- y su habilidad para contribuir a la ineptitud e incompetencia general es infinita. Es como el resto de los mortales, pero no hay nada menos común que sus soluciones ante los pequeños problemas cotidianos. Y mejor que no se nos atraviese en nuestro camino cuando va de compras (El retorno de Mr. Bean), en un parque mientras prepara su bocadillo o en la bu taca de al lado durante el pase de una película de terror (La maldición de Mr. Bean). Hay que ver a Mr. Bean tratando de ponerse el traje de baño sin sacarse los pantalones (La playa), o sus esfuerzos para mantenerse despierto en un oficio religioso (La iglesia), aparcando su mini o intentando copiar un examen (El examen). Y si usted es un mago que pide la colaboración de Mr. Bean para completar sus trucos (Mr. Bean va a la ciudad), señor mío, acaba de firmar su suicidio.Y el caso es que siendo un agente activo del caos en el mundo, Mr. Bean permanecerá siempre del todo ignorante del efecto que produce en los demás. Todo lo que parece sencillo en Mr. Bean responde en cambio a un mecanismo de relojería en el que interviene en primer término la portentosa capacidad mímica de Atkinson, su talento para la caricatura y la expresividad de un cuerpo que parece salido de la mano de un animador de dibujos.

Sobre esto Atkinson ha hecho de sus limitaciones virtud: su nariz abocinada, sus ojos saltones, su tartamudez y ese aire de extraterrestre conspiran para hacer de la autocaricatura su recurso más efectivo. Pero sobre todo existe un guión de hierro sobre el que Atkinson tiene total control editorial y en el que trabaja casi siempre con el mismo equipo de sus días universitarios en Oxford, a mediados de los setenta, y más tarde en la escena del West End londinense. Uno de ellos es Ben Elton -con el que acaba de crear The Thin Blue Line-; el otro es Richard Curtis, más conocido como coguionista de Cuatro bodas y un funeral, película en la que Rowan Atkinson se adueña de la escena más hilarante como el oficiante confuso y tartaja de una de las bodas.

Con Curtis y Elton se inició en la televisión en los ochenta con un programa ahora mítico: Éstas no son las noticias de las nueve, el primer asalto serio a la ceremonia de los telediarios. Después se inventaron Blackadder, una historia alternativa del Reino Unido que volvió a hacerse dueña del público más joven. Mr. Bean nació más tarde, en 1989. Al principio sólo se trataba de hacer unas cuantas piezas cortas y cerrar la barraca. El éxito encadenó a Atkinson al lículodioso personaje. Los, premios -oscars del cable americano, Rosa de Oro de Montreux, máximos galardones televisivos en el Reino Unido, etcétera- dulcificaron la encerrona.

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