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FÚTBOL DUODÉCIMA JORNADA DE LIGA

Real Sociedad y Oviedo padecen confusión mental

E. RODRIGÁLVAREZ Anoeta estaba de uñas. La eliminación de la Copa del Rey abrió en canal la herida que muestra la Real Sociedad, cada vez más inconstante, cada vez más indolente. Anoeta estaba de uñas y el Oviedo arañó un punto en apenas dos zarpazos. El empate justificaba así la condición enfermiza de ambos equipos. El diagnóstico es sencillo: confusión mental.

El transcurso del partido resulta lineal y habitual. El Oviedo se adueñó de salida del balón y puso el ritmo del encuentro. Era lógico porque la Real parecía más ocupada por los improperios de su público, sensible no sólo a los fallos dé los futbolistas sino a todo cuanto no fuera verticalidad. En ese marasmo ambiental diseñaron los, ovetenses su mejor fútbol gracias a. la fortaleza de Pedro Alberto y las incursiones de Manel. Pero precisamente en esos minutos desnudó el Oviedo sus males ofensivos. Con el partido en el bolsillo, ni Dubovski ni Oli resolvieron sus enfrentamientos con Alberto, que vio además cómo un zapatazo de Pedro Alberto lo devolvía al poste izquierdo.

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La Real seguía bien marcada por su público, que se colgaba de la chepa de cada futbolista, con la única excepción de Karpin, líder de un equipo roto anímicamente. Tras ese arranque, el partido se lanzó cuesta abajo con momentos que rozaban el ridículo.Y entonces llegó el gol donostiarra, gracias a que Oli cometió un error infantil en el área y Pürk cabeceó en la línea de gol.

La ventaja no tranquilizó a la Real ni espoleó al Oviedo, empeñado en construir lo difícil y en enviar el balón al jugador peor colocado. Dubovski tomó el mando y a pesar de su lentitud diseñó algunos contragolpes con buen trazo. En uno de ellos habilitó al lateral derecho y el centro de éste lo remató Oli anticipándose a Alberto.

La Real Sociedad volvía a deprimirse en sus momentos habituales (los que van del minuto 60 al 75), ahí donde cuece todo, sus errores y despistes más ridículos.

El empate otorgó desparpajo al encuentro, técnicamente insufrible, pero al menos voluntarioso en su recta final. Los contragolpes del Oviedo, rotos en el último pase, y el coraje donostiarra, malgastado en el área, certificaban la enfermedad de ambos equipos.

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