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LOS REYES CATÓDICOS

Carrascal

José María Carrascal sabe que los norteamericanos son los griegos de la televisión, algo así como unos clásicos con pantalones vaqueros, y él quiere helenizarse. Yo diría que Carrascal juega a ser Walter Cronkite, el mítico anchorman norteamericano. Ahí, en su condición de epígono, reside la mayor de sus virtudes y al mismo tiempo su problema. Carrascal, que ha sido un brillante corresponsal del Abc en Estados Unidos, y a quien leo y admiro desde niño, no se da cuenta de que pasar de la galaxia Gutenberg a la pequeña pantalla es una operación arriesgada. A poco que te descuides, la televisión, que es una Turmix de las imágenes, puede hacerte pasar de brillante corresponsal en Washington a dibujo animado en San Sebastián de los Reyes, sede de Antena 3 Televisión. Algo así como el Bugs Bunny de los informativos. Y todo por empeñarse en importar el genuino sabor norteamericano.En realidad, nuestras parrillas de televisión están sembradas de programas y presentadores que son sólo la traducción simultánea de las modas audiovisuales que triunfan fuera de nuestras fronteras. La muestra más antigua es Informe semanal, cuyo formato resulta una fotocopia excelente y descarada de 60 Minutes, el famoso informativo de la CBS.

Nada tengo contra el plagio. Es más, en un siglo que le pinta bigotes a la Gioconda está demostrado que la creación es contaminación, y la televisión, como es lógico, no se salva de sus humos. Lo que pasa es que la contaminación oculta demasiados atracos a mano armada. Los genios también son amigos de lo ajeno, pero lo que los distingue del resto de los mortales es su habilidad para tapar las huellas antes de abandonar el lugar del crimen. Shakespeare utilizaba a Plutarco como plantilla, y Proust hizo sus primeros pastiches literarios imitando a Saint-Simon y a Balzac. Umbral, por su parte, también escribió sus primeros artículos utilizando como papel de calco a César González-Ruano. Todos ellos, sin embargo, se caracterizan por su habilidad para superar el original. Y es que a los genios los salva su brillantez, pero a Carrascal lo traiciona su físico. Más que nada porque, como ya queda dicho, los plagios, al igual que las falsificaciones, deben, por lo menos, igualar el originaI. Si eres Fernando Trueba puedes jugar a ser Dios, o sea, Billy Wilder, y no quedar del todo mal. Si te llamas Julio Iglesias puedes vivir de vender no una voz, sino un estilo, como hacía Sinatra, y seguro que te canoniza una multinacional. Si te conocen como Xavier Cugat, puedes permitirte el lujo de ser la versión latina de Glenn Miller y nadie te va a crucificar. Pero si tu anatomía está entre sobrecargo de Iberia y telepredicador, y a tu voz le falta gravedad, no es recomendable que juegues a ser Walter Cronkite. Aunque a lo mejor Carrascal es sólo el epílogo de un mal que nos aqueja desde siempre. Queremos hacer HBO y nos sale Canal 10. Soñamos con reproducir la fábrica de los sueños de Hollywood y nos sale Cifesa. Intentamos montar la CIA y nos sale el Cesid. Trabajamos para forjar nuestro Clint Eastwood nacional y nos sale Curro Jiménez. A veces tengo la impresión de que éste es un país al que le confías la fórmula de la Coca-Cola y sólo sabe hacer gaseosa. Claro que si no hay Casera yo también me voy.

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