Tribuna:

Con Maríá dos Prazeres y Durruti en Monyuïc

García Márquez reiteró hace unos días, en la clase extraordinaria -en los dos sentidos del término- que dio a los alumnos de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS, que hay muchas ocasiones en las que aborrece Cien años de soledad, pues dicho prodigio ha servido para que, a partir de su publicación, todo lo que ha escrito o escribirá se contraste con la bondad de su novela más conocida. En su obsesión, ha llegado incluso a dividir a sus amigos entre los de antes y después de Aureliano Buendía. Menos le gustaría al Gabo, sin duda, el anuncio de televisión de su última novela,...

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García Márquez reiteró hace unos días, en la clase extraordinaria -en los dos sentidos del término- que dio a los alumnos de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS, que hay muchas ocasiones en las que aborrece Cien años de soledad, pues dicho prodigio ha servido para que, a partir de su publicación, todo lo que ha escrito o escribirá se contraste con la bondad de su novela más conocida. En su obsesión, ha llegado incluso a dividir a sus amigos entre los de antes y después de Aureliano Buendía. Menos le gustaría al Gabo, sin duda, el anuncio de televisión de su última novela, Del amor y otros demonios (otro prodigio), que también hace la comparación con Cien años de soledad.

No tiene ese problema uno de los amigos más recientes del premio Nobel de Literatura, quien le sorprendió al decirle que el cenit de su creación no era, a su parecer, ninguna de sus novelas más conocidas, sino un pequeño cuento titulado María dos Prazeres, escrito en 1979 y editado en España hace apenas dos años (Doce cuentos peregrinos). Tal es su entusiasmo por la maravillosa historia de esta anciana prostituta brasileña, que hace apenas un mes se trasladó a Barcelona a conocer el escenario de sus últimas andanzas.

Así, una mañana de abril subió al cementerio de Montjuïc, "a pesar de la primavera incierta de Barcelona, cuya llovizna de vientos sesgados la hacía casi siempre menos tolerable que el invierno", y repitió, paso por paso, el camino y los gestos que María dos Prazeres hizo durante muchos domingos de mediados de los años setenta, cuando el dictador aún no había muerto: "Ella se orientó en el tablero de colores hasta encontrar la entrada principal, donde estaban las tres tumbas contiguas, idénticas y sin nombres donde yacían Buenaventura Durruti y otros dos dirigentes anarquistas muertos en la guerra civil. Todas las noches alguien escribía los nombres sobre las lápidas en blanco. Los escribían con lápiz, con pinturas, con carbón, con creyón de cejas o esmalte de uñas, con todas sus letras y en el orden correcto, y todas las mañanas los celadores los borraban para que nadie supiera quién era quién bajo los mármoles mudos. María dos Prazeres, que había asistido al entierro de Durruti, el más triste y tumultuoso de cuantos hubo jamás en Barcelona, quería reposar cerca de su tumba".

María dos Prazeres aprovechó un descuido de los vigilantes el tercer domingo que subió a Montjuïc "para cumplir uno de sus más grandes sueños, y con el carmín de labios escribió en la primera lápida lavada por la lluvia: "Durruti". Desde entonces, siempre que pudo volvió a hacerlo, a veces en una tumba, en dos o en las tres, y siempre con el pulso firme y el corazón alborotado por la nostalgia".

García Márquez preguntó al enamorado de María dos Prazeres si todavía ahora, a mediados de los noventa, había que adivinar quiénes son los propietarios de esas sepulturas anónimas. Afortunadamente no, le respondió, pues ahora uno puede ir al cementerio barcelonés y observar tres sepulcros límpidos, siempre con flores de cuatro estaciones, presididas por los nombres de Durruti, Ascaso y Ferrer i Guardia (que no murió en la guerra civil). Y dijo más: había aprovechado la visita para pasear, pocos metros más allá, por la explanada en la que fue fusilado por los fascistas el presidente Companys, interpretando que a María dos Prazeres le hubiera gustado la compañía de tan ilustre personaje. Gabo asintió en silencio; también él hubiera querido repetir el viaje a Montjuïc.

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