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El Camp Nou abuchea al Barça tras el empate ante el Logroñés

Carlos Arribas

Salieron los jugadores azulgrana dispuestos a contarse chistes futbolísticos, a hacer un juego alegre para remontar él ánimo, herido por tantos disparos cruzados desde el lado técnico y el presidencial. Pronto se quedaron en 10. El escenario ideal para una gesta heroica que convirtiera a las gradas en su aliado. Ni por esas: ni entrenador, ni presidente, ni gradas, ni jugadores fueron capaces de derrotar a un equipo con negativos. Segundo traspié consecutivo en el Camp Nou, que echaba humo al final del partido.A Johan Cruyff se le puede reconocer una cosa: es el maestro de los cambios. Siempre acierta cuando modifica la alineación sobre la marcha. Había salido un once azulgrana de escaparate: cinco artistas, cinco peleones y un portero. Ningún defensa.

Así se pusieron y así se vieron perdidos. El Logroñés no es un equipo vulgar. Su entrenador, el argentino Aimar, junto a los pechazos que endilga a sus jugadores cuando saltan al campo, les insufla un conocimiento casi perfecto de lo que es jugar en zona.

Le ayudó Cruyff soltando al campo un equipo inconexo. Si el jueves, frente al Madrid, hizo vivir a los delanteros en el filo de la navaja, ayer hizo esa jugada a defensas y centrocampistas. En lugar de unos cimientos sólidos de juego al primer toque y fluido, los rondos tan efectivos otras veces, los azulgrana se desconstruyeron a base de mucho jugador maestro en el uno contra uno, que, inevitablemente, acababa encerrado en las redes zonales. Le ayudaron a Almar también los futbolistas del Barça. Desde la expulsión de Nadal, casi todo el partido, se movieron por ramalazos de genio -no de ingenio-. Y menos mal que los ramalazos de genialidad -paredes inverosímiles entre Laudrup y Romario (un gol y un tiro al poste)- salvaron un punto.

Con la entrada de Koeman y Ferrer, el Barça empezó un poco a tener cara y ojos, pero le salió la tendencia dextrógira. Laudrup, en la izquierda, reclamaba balones, pero como si no existiera. Los iniciadores de la jugada, como si padecieran tortícolis, sólo veían a su derecha. A la banda torpe, al coraje y las ganas de comerse el mundo de Ferrer y al alelamiento de Estebaranz.

El juego del Barça está tocando fondo. El equipo está encallado, como varado en una ballena, que, al menos, lentamente, se mueve. Y su única esperanza es que la Liga sigue apretada.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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