Tribuna:EN EL BICENTENARIO DEL MONASTERIO

La concepción esotérica de San Lorenzo de El Escorial

Al estampar el título que el lector tiene ante sus ojos es evidente que me refiero tanto al pueblo de ese nombre como al monasterio allí enclavado, puesto que el primero debe su existencia al segundo, y, ambos son, en definitiva, indisociables, constituyendo un conjunto urbanístico de rara perfección y unidad. No es inoportuno recordarlo a comienzos de un año en que acaba de cumplirse el bicentenario de su origen, ya que fue justamente el 25 de marzo de 1793 cuando Carlos IV firma la real cédula por la que se permitió la separación jurisdiccional y administrativa del real sitio respecto de la ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Al estampar el título que el lector tiene ante sus ojos es evidente que me refiero tanto al pueblo de ese nombre como al monasterio allí enclavado, puesto que el primero debe su existencia al segundo, y, ambos son, en definitiva, indisociables, constituyendo un conjunto urbanístico de rara perfección y unidad. No es inoportuno recordarlo a comienzos de un año en que acaba de cumplirse el bicentenario de su origen, ya que fue justamente el 25 de marzo de 1793 cuando Carlos IV firma la real cédula por la que se permitió la separación jurisdiccional y administrativa del real sitio respecto de la llamada villa de El Escorial, más conocida coloquialmente por El Escorial de abajo, dada la diferencia de cotas entre uno y otro conjunto urbano.Ahora bien, si San Lorenzo no se puede separar del monasterio, tampoco El Escorial de abajo se puede disociar del de arriba, pues los dos están unidos por la historia, por la geografía y por algo que de ambos emana, inaprensible en su esencia, pero bien patente en sus manifestaciones. Me refiero a la magia de una atmósfera que se delata en el ambiente numinoso de todo el entorno. Es imposible dar un paso por los alrededores de ese eje espiritual que es el monasterio sin encontrar centros de oración con muy diversos nombres -Virgen de Gracia, de la Herrería, de Abantos, San Antón, San Bernabé, San Sebastián-, cuando no son imágenes o pequeños altares levantados por la devoción popular y que surgen aquí o allá.

La pregunta que surge espontánea ante estas constataciones es si la presencia del monasterio ha hecho proliferar esas manifestaciones religiosas o si, por el contrario, ha sido la atmósfera espiritual del lugar, previa a toda construcción, la que llevó a Felipe II a levantar allí un gigantesco edificio. Los datos de la actual investigación permiten apostar por esta segunda hipótesis.

Es un hecho incontrovertible que aquel rey -conocido por la leyenda negra como demonio del mediodía- tenía una gran cultura y era un apasionado de las artes y de las ciencias. Con excesiva unilateralidad se le ha considerado "campeón de la Contrarreforma", cuando en realidad era un arquetipo del Renacimiento, con preocupaciones universales e ideales altruistas que superaban el puro contrarreformismo católico, en su dimensión meramente defensiva. Sólo en esta línea podemos comprender la grandeza del monasterio, concebido como un microcosmos que era, al mismo tiempo, templo, palacio, convento, colegio y biblioteca; se ha criticado el carácter cerrado de este universo, sin caer en la cuenta de su apertura al mundo a través del Jardín de los Frailes, prolongado luego en suculenta huerta.

Esta consideración del edificio como microcosmos presuponía una idea previa a la construcción y que esa idea tenía que condicionar la elaboración del diseño. El contenido de esa idea es muy posible que fuera el templo de Jerusalén, y así lo confirma el historiador por antonomasia del edificio, el famoso fray José de Sigüenza, quien se refiere a El Escorial como "otro templo de Salomón, al que nuestro patrón y fundador quiso imitar en esta obra". Esta interpretación se confirma si consideramos que Felipe II fue visto en su época como el segundo Salomón.

La historiografía tradicional se remite al martirio de san Lorenzo como motivo fundamental de la construcción del monasterio, en recuerdo de la victoria de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, desdeñando la idea que estuvo en la mente de los arquitectos y del propio Felipe II. Es posible que la susodicha victoria no fuese más que un pretexto para dar realidad a algo que ya estaba previamente en la mente del rey. En todo caso, es curioso que los arquitectos a que encargó la dirección de la obra, Juan Bautista de Toledo primero y Juan de Herrera después, estuviesen de acuerdo con una inspiración que trasciende con mucho la mera coyuntura bélica. Se sabe que Juan de Herrera era cubista y autor de un Discurso de la figura cúbica, según los principios y opiniones del arte de Ramón Llull, obra que sin duda influyó en el diseño del edificio, cuya planta es un cuadrado, capaz de transmutarse en un cubo y en una esfera, figuras básicas de la geometría renacentista.

Por otro lado, está demostrado el interés que tenía Juan de Herrera por el ocultismo y disciplinas que provenían del saber hermético de los antiguos pitagóricos: la astrología y la alquimia incluidas. La influencia del corpus herméticum, proveniente del famoso Hermes Trismegisto, se combina en este caso con el principio que inspiró la arquitectura de Vitruvio, según el cual, el edificio debe reflejar las proporciones del cuerpo humano, lo que paradigmáticamente ocurría con el círculo y el cuadrado, llegándose a creer en el Renacimiento que ambos eran engendrados por el hombre, como expresión de la capacidad engendradora que Dios concedió al hombre al crearle a su imagen y semejanza.

En esta línea de correspondencias no debe pasarse por alto el hecho de que el templo, enmarcado en la basílica, se encuentra al mismo nivel y dentro del mismo eje que la biblioteca, como expresión de que la religión y el saber se complementan. Es sintomático, además, que Felipe II encargase la formación de ésta a Benito Arias Montano, el famoso autor de la Biblia Regia que se imprimió en Amberes por Cristóbal Plantín y de quien hoy sabemos que perteneció a la herética secta de la Familia Charitatis, lo que explica la amplitud de criterio con que se hizo la catalogación de la biblioteca escurialense. Es evidente que cuando Felipe II escogió a Arias Montano para realizar dicha catalogación nada sabía de tales concomitancias, pero sí conocía, obviamente, de su pertenencia al grupo de los escrituristas, que, frente a los escolásticos, detentadores del poder académico, representaban en la época el progreso y la apertura de criterios.

Es obvio, pues, que Felipe II no fue ese personaje fanático y oscurantista que determinada historiografía ha querido presentarnos; fue un hombre abierto, curioso, culto y amante del arte y de las buenas letras. En lo que se refiere a El Escorial, sin embargo, se colocó en un privilegiado lugar de avanzada, al introducir en el diseño de su construcción elementos esotéricos -muchos de ellos hoy conocidos-, que pretendieron armonizar la arquitectura terrenal con el orden cósmico.

José Luis Abellán es catedrático de la Universidad Complutense.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En