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Entrevista:MADRILEÑOS DE RAZA

"Soy fiel al Corán y me gusta Duncan Dhu"

Juan Carlos Sanz

Lleva la cabeza enfundada en el hijab (pañuelo) negro, pero bajo la corta capa blanca su imagen de estudiante integrista se difumina entre una blusa estampada y unos ajustados vaqueros Levis. Sara Khueldi se ríe sin cesar. Tiene 17 años. "Voy vestida así por convicción. La religión lo exige, y yo soy fiel al Corán". Con la misma intensidad que su fé, esta jovencita no vacila al proclamar cuánto le gusta la música de Duncan Dhu, Héroes del Silencio o Loquillo. Ha crecido con sus canciones, como tantas chicas, aunque se le oscurezca la mirada al confesar: "Peor que el racismo y la discriminación es que te ignoren, que entres en un café y no te atiendan ni te hagan caso, como si esperaran a que te largaras. Eso sí que es una ofensa".Reflexiona a cada poco para salpicar de madurez sus ideas. Después de ocho años en Madrid, habla con sus cuatro hermanos en castellano, como tantos hijos de extranjeros. Con su padre, un profesional libio que vino a trabajar a un banco internacional, se comunica en árabe. Ahora estudia un curso equivalente al COU en el colegio iraquí de Madrid. "He pensado mucho en quedarme a vivir en España, aquí nunca he tenido problemas, aunque algunos me miren con mala cara. Si pudiera vivir aquí y mantener viva mi religión...".

La mirada de los paseantes

Hace dos meses que volvió a lucir el hijab. La primera vez fue cuando estalló la guerra del Golfo. Esta apariencia tan poco occidental no sólo le sirve para atraer la atención de los paseantes. "En un colegio árabe me suspendieron; no querían que llevara la cabeza cubierta. Ahora ya no me lo quito; mis amigas españolas respetan mil creencias, pero sé que otras personas comenzaron a evitarme cuando me puse el hijab".La chica del pañuelo reconoce que su imagen responde al estereotipo de integrista islámico. "Lo entiendo, ha habido mucho fanatismo, sobre todo en Irán, pero eso es una interpretación del Corán que va contra los derechos de las mujeres".

A Sara le preocupa la idea de volver un día a Libia, donde cree que las mujeres tienen más dificultades para relacionarse socialmente. "Aquí puedes ser amiga de un chico sin que nadie te señale con el dedo". Y eso que a Sara no es fácil verla en una discoteca. Le gusta la nueva mezquita de la M-30, pero prefiere acudir los viernes al tradicional templo islámico de Tetuán, donde casi todo el mundo se conoce.

Hoy observa a los jóvenes españoles como si fueran unos irresponsables "que sólo piensan en el dinero y abandonan los estudios para poder pagarse las copas y la ropa de inarca". No obstante, le asombra la buena disposición de los madrileños de su edad: "Es fabuloso cómo te echan una mano y te sacan de un apuro cuando más lo necesitas".

Sara dice que se lleva bien con todo el mundo, y no guarda rencor. "El primer día que fui al colegio en Madrid lloré porque me llamaron negrita". Y ya está. Olvidado.

Desenvuelta y pizpireta -"yo con el pañuelo voy a todas partes"-, relata su expeditivo método para librarse de los xenófobos. "En mi barrio, en Pinar de Chamartín, unos jóvenes me siguieron, me insultaron y me amenazaban con piedras. Eran unos ignorantes que me querían arrancar el pañuelo. Uno me empujó y me tiró del hijab mientras daba gritos contra Sadam Husein, pero no consiguió quitármelo. Claro que vio que yo ya tenía preparada la mochila para meterle una hostia".

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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