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La obsesión americana

Antonio Caño

La final de la NBA no sería lo mismo si no la jugasen las dos principales figuras del baloncesto norteamericano del momento: Michael Jordan y Charles Barkley, uno en cada equipo, dos símbolos contrapuestos, el bueno y el malo, la estrella y el ogro, la inteligencia y la fuerza, el amor y el odio. Jordan y Barkley representan todo lo que este país busca en el de porte y en la vida: la entrega el triunfo, el dinero.El semanario US New and World Report cita un definición del gran columnista deportivo Thomas Boswell que explica el interés que despierta un partido entre los Bulls y los Suns: "El deporte puede ser el tema sobre el que los norteamericanos mejor hablan con más conocimiento, con más pasión, con más humor, con más estimulante cambio de ideas. El deporte se ha convertido en el mejor medio para conocer a la gente".

Deportistas como Michael Jordan y Charle Barkley no sólo despierta admiración por su juego, sino que son motivo de de bate cotidiano sobre los sueños y la conducta de los norteamericanos. La gente sabe más de ellos que del presidente de Estados Unidos o de su propio compañero de trabajo. Son observados dentro y fuera de la cancha, se interpretan sus palabras y son responsables de servir de modelos para sus hijos.

La publicidad explota esas cualidades, robustece el mito con consignas como "Si yo pudiera ser com Mike" o "Charles: Sólo soy un ejemplo en la pista". Cada uno de ellos cumple disciplinadamente con su papel; Jordan con el de chico modesto que sufre con tanto éxito y Barkley con el del joven agresivo y violento, siempre, por supuesto en busca del éxito. Rebasan la lucha racial; representan la obsesión americana por la autoestima y la ambición, como Rockefeller o Al Capone. Sin ellos esta nación sería diferente y el baloncesto, mucho más aburrido.

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