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El Natwest Zaragoza, despachado como un trámite

Luis Gómez

El Joventut trabaja las buenas costumbres. Y una fundamental es habituarse a jugar finales. No es necesario hacer pública exhibición de ello ni divulgarlo a los cuatro vientos para con vertir a los incrédulos, pero este equipo llega donde tiene que llegar más veces de las que parece. Es el sello de Lolo Saínz. Ayer el Joventut tiró de oficio para quitarse de encima al Natwest Zaragoza. Hizo un partido más bien sobrio. Despachó la semifinal como un trámite. No cabe reprochárselo: es el tratamiento que merece un equipo tan especulativo y aburrido como el conjunto zaragozano, una formación sin rostro.

El Zaragoza carece de apellidos. Es una mala señal. Se dice que es un ejemplo de disciplina táctica, que practica el baloncesto control (una estrategia que sólo los italianos han conseguido en ocasiones convertirla en un arte), que es un equipo que defiende bien sin cometer muchas personales, que pierde pocos balones... Se dicen muchas cosas, pero los conceptos abruman. Es un equipo sin rostro conocido. ¿A quién hay que anular exactamente para derrotar al Zaragoza? A todos y a ninguno.

El Zaragoza trajo todos sus conceptos a La Coruña y sacó poca tajada. Regresarán los jugadores a sus domicilios sin saber a ciencia cierta quienes fueron los culpables de la derrota o cuál fue el principal defecto que acusaron. Porque personales hicieron pocas y balones no perdieron demasiados. Para llegar a mayores hace falta algo más; al menos, dotar de personalidad al juego.

El Zaragoza especuló con el mal momento del Estudiantes para acceder a la semifinal pero apenas pudo aspirar a otra cosa en cuanto encontró enfrente un rival con cierta solidez. No es que el Joventut sea actualmente un dechado de virtudes, ni parece disfrutar con lo que hace, ni corren tiempos felices por Badalona, pero dispone de estructura y, lo que es más importante, de algunos jugadores con talento. Y el talento sobrevive a las tácticas cuando éstas se funden con la mediocridad.

La semifinal tardó un tiempo prudencial en decidirse, lo justo para que el público no se sintiera defraudado. El Joventut se limitó a dominar el marcador sin caer en la verdadera trampa del baloncesto control (perder el ritmo, abundar en las pérdidas de balón, fracasar en la batalla por el rebote o ser presa de la imprecisión). Lo suyo fue mantener la serenidad, hacerse fuerte en la zona y dejar que sus hombres exteriores fueran resolviendo buena parte de las acciones ofensivas.

El Zaragoza apuró al máximo hasta el descanso (40-39) pero su falta de talento le condujo a la ruina: en los diez primeros minutos de la reanudación del encuentro sumó diez tantos y comenzó a despedirse de la Copa. Está visto, la disciplina táctica sin talento da para poca cosa, salvo para entretenimiento de especialistas.

El público de La Coruña vio ayer cómo el equipo de Badalona despachaba el trámite de la semifinal. En eso quedó el Zaragoza: para material de archivo. Y en eso está el Joventut, en su papel, como corresponde a los grandes: de nuevo en una final... La enésima final de los últimos tiempos.

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