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Un fin de semana en la gran montaña

Los Alpes protagonizan las únicas jornadas duras de este año

Luis Gómez

La oposición a Induráin reivindica más montaña. Los escaladores suplican por una cronoescalada que les permita remitir los efectos de la contrarreloj. El Tour ha allanado su camino a cambio de una cerrada pugna entre los cabezas visibles de la nueva generación desde el principio hasta el final. La realidad no le da la razón a la organización: basta un fin de semana montañoso para que el ambiente alcance un sabor especial. El Tour del 92 no resiste una comparación montañosa con anteriores ediciones. Dos días, cuatro puertos HC (categoría especial) y tres de primera son menos que nunca.La comparación entre la montaña del 92 y la de anteriores ediciones resalta la suavización que viven los nuevos tiempos. El Año 1987, por ejemplo, será difícilmente olvidado: Delgado y Roche compitieron a lo largo de 8 puertos HC y 9 puertos de primera sin contar la terrible cronoescalada del Mont Ventoux, que significó para Jean François Bernard vivir su día más glorioso. Entre las gestas de aquel año figura el desfallecimiento de Roche al atravesar la meta.

1986. Fue el año en el que Hinault decidió ceder el cetro a LeMond. Para la ceremonia eligió la cumbre de Alpe D'Huez, a la que llegaron ambos abrazados después de haber descolgado a todos sus rivales. 14 puertos ( 7 HC y 7 de 1) se sucedieron entre los Pirineos y los Alpes.

1983. Hinault dejaba el campo libre tras una lesión con la que pagó la soberbia que desarrolló en la Vuelta a España. El Tour apuntó dos nuevos apellidos para su historia, dos corredores jóvenes que harían camino en el futuro. Eran Fignon y Delgado. Ambos compitieron a lo largo de 11 puertos (4 HC y siete de 1) y tuvieron la oportunidad de verse las caras en dos cronoescaladas, una de las cuales ascendía el Puy de Dome.

1984. Fignon se pasea ganándolo todo, pero la montaña le obliga a subir 13 puertos y la organización a cumplir con una cronoescalada.

1985. Regresa Hinault para celebrar su quinta victoria; no hay concesiones: le esperan más de diez puertos en cuatro jornadas y, como no, la correspondiente cronoescalada.

Y ahora todos reclaman montaña. Más montaña, dice Chiapucci. Más montaña, dice Bugno. Mas montaña, insiste LeMond. El Tour ha caído en su propia trampa. Reducir la carrera más importante del mundo a dos jornadas alpinas parece un pago excesivo por una mejor comercialización de la prueba. La épica no es canjeable.

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