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La mirada asesina

Luis Gómez

La final que nos ha tocado vivir no era la mejor final posible. Los Madrid-Joventut ofrecen con harta frecuencia duelos ligeros, asexuados, espectáculos para todos los públicos. Una buena final exige que la pasión se desborde. Una gran final demanda odio mutuo y baile de miradas asesinas. La rivalidad entre ambas instituciones es muy tenue, sea desde la perspectiva regional hasta la personal. Tampoco hay asuntos pendientes.Bajo esa atmósfera, la final puede discurrir a velocidad de crucero y resolverse con limpieza. Exenta de polémica, los pronósticos tienden a centrarse en criterios exclusivamente deportivos tales como quién de los dos dominará el rebote, quién el juego exterior, quien rotará mejor su plantilla, conceptos aplicables a cualquier partido. No existe un contraste de personalidades; ni siquiera de estilos. ¿Por dónde se puede romper esta final?

En la búsqueda de elementos capaces de alterar la situación, y si los árbitros no hacen algún trabajo al margen, la nómina de los verdaderos protagonistas se reduce a dos jugadores: Tomás Jofresa y Mark Simpson.

Existe una tendencia poco afortunada a confundir la explosividad de ambos con una presunta irregularidad. Sus estadísticas les delatan como hombres regulares y rentables. Sucede, sin embargo, que ambos gustan de hablar en voz alta; así es cuando Simpson torpedea el centro de gravedad del contrario a base de triples consecutivos o cuando el Jofresa pequeño toma el timón del Joventut y transforma un transanlántico en una lancha rápida. Los dos protagonizaron los momentos más intensos de sus equipos en las semifinales. Y Jofresa habló ya el martes para ir abriendo boca.

Muchos técnicos y comentaristas gustan de las personalidades lineales: el jugador de 30 tantos en dosis homogéneas. Prefieren cuatro triples bien repartidos, que una sobredosis en cinco minutos. Y desprecian el efecto devastador que puede tener esta última acción. Simpson tiene esa capacidad mortífera. Jofresa, también.

La gente consideraba al Jofresa pequeño como un recurso, una especie de hormiga atómica, y esa descripción tenía tintes peyorativos. Ni siquiera mereció la denominación de sexto hombre. Sacarle al escenario era tirar una moneda al aire: lo ganaba o lo perdía, sin término medio. Algunos técnicos, sin embargo, reparaban en dos detalles: su extrema juventud y su mirada asesina. El Jofresa pequeño es ahora un año mayor. Y conserva esa mirada. Hay quien dice que es la única mirada asesina en un Joventut tan pulcro en modales.

El Jofresa pequeño puso al Partizán contra las cuerdas, apuntilló al Estudiantes y le ha colocado la primera banderilla al Madrid. Hoy es de temer lo peor. O habla Simpson, o estaremos ante un monólogo de este pequeño gran jugador.

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